viernes, 28 de marzo de 2008

Vuelta a la realidad

Ya dijimos que el capital es algo así como la ficción suprema (la ficción suprema que ha desplazado a la otra ficción suprema: Dios). Uno pide un crédito al banco con lo cual el banco acumula deuda, deuda que a su vez ofrece a otro banco que es vendida a otro banco; y así sucesivamente. Esta deuda, en principio virtual, que circula creando una cadena de estrés (físico y económico) es la que crea el organismo en que consiste el capital. Efectivamente, el capital no es más que un organismo (ojo, esto no es una metáfora) urdido a partir de cadenas crecientes de estrés (que liga a los clientes a sus bancos, ligados a otros bancos más grandes, a los cuales están ligadas las grandes compañías y los estados). Todo esto mientras funcione the willing suspension of desbelieve, que decía Coleridge. O sea, mientras funcione la ficción. Sólo que hay momentos en los que esta cadena ficcional se rompe. Y uno de los eslabones decide pasar de la ficción a la realidad, dicho con otras palabras: quiere recuperar su dinero. Como en cualquier otra ficción, al final acaba imponiéndose una necesidad, un instinto de realidad más fuerte que la propia ficción. Se rompe el hechizo y, como niños que se habían dejado acunar en los brazos de la fantasía, descubrimos (¿pero cómo no nos habíamos dado cuenta antes?) el absurdo de que una calabaza se hubiese convertido en carroza. Por eso el capital nos quiere niños eternos, caprichosos, manipulables, fantasiosos. Por eso nunca como ahora la infancia se había convertido en lo sagrado (curioso que el capital fomente e incluso subvencione -en cambio- todo tipo de "profanaciones" morales y artísticas), lo único intocable. Porque hay que ser niño para creerse los cuentos. Y el capital es un cuento. Y no de los mejores.

domingo, 23 de marzo de 2008

2'666

He aquí un fragmento extraído de una carta de P. Valéry a Pierre Louÿs:

Te miras en el espejo, gesticulas, sacas la lengua... Bien. Supón ahora que un dios maligno se divierta en disminuir insensatamente la velocidad de la luz.

Estás a cuarenta centímetros de tu espejo. Primero recibes tu imagen después de 2'666... milésimas de segundo. Pero el dios se ha divertido concentrando el éter. Y ahora tú te ves después de un minuto, un día, un siglo, ad libitum.

Te ves obedecer con retraso. Compara esto con lo que sucede cuando buscas una palabra, un nombre "olvidado".

Este retraso es toda la psicología, que se podría definir paradójicamente: lo que ocurre entre una cosa... ¡y ella misma!


Y naturalmente a uno se le ocurre asociar esa extraña cifra (2'666) a la novela de Roberto Bolaño. ¿Conocía Bolaño este texto de Valery? A falta de ese dato, pensemos simplemente en la poligénesis. Y en cómo podemos interpretar la obra de Bolaño a partir de esta cita del autor francés (y viceversa). Pensemos en Arno von Archimboldi, el autor alemán, uno de los pilares de 2666. Pensemos en "la parte de los críticos" y "la parte de Archimboldi" como el reflejo (la crítica) y el modelo (el autor) de los que habla Valéry. Y la novela como ese tránsito temporal, la demora imprescindible entre el yo (Archimboldi) y la imagen de ese yo (los críticos). Una no coincidencia temporal (decalage, diría un francés), un abismo abierto entre el yo y su percepción. La conciencia como metáfora de ese decalage, como manera de suturar ese hiato diabólico. La escritura de 2666 como ingente digresión a partir de ese hiato, del mal.

miércoles, 12 de marzo de 2008

La Biblioteca Brautigan en Burlington, Vermont


Aquí les dejo un artículo, traducción de un bloguero norteamericano. Creo que la cosa merece la pena. Al final les remito a un enlace con el post original en inglés, así como a otro que lleva a la página web dedicada a dicha biblioteca auténticamente freak y bartlebyana (Vila-Matas, cómo no, es el que me puso sobre la pista de esta biblioteca).

BURLINGTON, Vt. --Las 325 obras de la biblioteca Brautigan son curiosas como poco, comenzando por la novela corta "Plata esterlina de las cucarachas" y continuando con el tratado de economía "Tres ensayos que conducen a la abolición del dinero". Pero todas tienen algo en común: nunca fueron publicadas. De 1990 a 1996, la Librería Brautigan aceptó manuscritos de todas partes del mundo, siempre que el autor pagase los gastos de envío. Situada en la Biblioteca Libre Fletcher, en el centro de Burlington, la colección existe para conmemorar la obra del autor contracultural e icono de los años 60 Richard Brautigan, cuya novela "El aborto" se desarrolla casi por entero en una biblioteca que recolecta obras inéditas. La novela de Brautigan tiene fans devotos, y lo mismo ocurre con la biblioteca que él inspiró.

"Todavía me sorprende la cantidad de gente que he encontrado aquí", dice el codirector de la biblioteca Fletcher, Amber Collins. "La gente se fascina con la idea de que los libros no deberían regularse por el hecho de tener o no tener un editor."

Los visitantes echan un vistazo a la colección, miran la conmemoración de Brautigan o simplemente disfrutan de la calma del lugar. De acuerdo con los estatutos de la biblioteca, ninguna de las sillas funciona. En lugar de usar el sistema de la biblioteca del Congreso o el sistema Decimal Dewey, los seguidores de Brautigan optaron por organizar la colección de acuerdo al "Sistema Mayonesa", en homenaje a la novela de Brautigan "Pesca de la trucha en América", que termina con la palabra "mayonesa". El Sistema Mayonesa es muy sencillo: los libros se organizan en categorías tales como "Amor", "el Futuro", "Aventura" y "Todo lo demás".


http://lastwordblog.blogspot.com/2007/01/brautigan-library-in-burlington-vermont.html

http://brautigan.cybernetic-meadows.net/tiki-index.php?page=The%20Brautigan%20Library

lunes, 3 de marzo de 2008

Máquina proustiana

El caballo de madera que llevaba en su interior a los aqueos y con el cual lograron vencer a los enemigos troyanos, he ahí el prototipo de máquina proustiana. Odiseo en su interior recopilando datos, tomando notas al albur de las conversaciones escuchadas a los ciudadanos en la gran explanada donde reposa el enorme caballo de madera. Imaginemos una variante de la versión homérica. Odiseo demora día tras día la orden de ataque. Así permanece durante meses, incluso años, aplicado a su tarea de recolectar información. Pasado el tiempo, aprovechando la oscuridad de la noche, Odiseo abandona al fin su escondite y desciende a tierra. A la mañana siguiente un rumor corre de boca en boca entre los troyanos. En el centro de la plaza un aedo hasta ahora desconocido pregona, no las aventuras de dioses ni héroes civilizadores, sino las pequeñas peripecias que trenzan la vida cotidiana de cada uno de ellos: rencillas, envidias, infidelidades... Ese poeta de acento extranjero sería una especie de genius loci que por alguna maravillosa razón tendría acceso a sus pensamientos, a sus anhelos más secretos. Se habría producido algo así como el nacimiento de la novela.