jueves, 29 de octubre de 2009

Aire nuestro



Concluí no hace mucho la lectura de 'Aire Nuestro', de Manuel Vilas. Tengo que decir que, después de leer 'España', no pensaba que el siguiente volumen de la saga me fuese a impactar tanto como lo ha hecho. Sin necesidad de establecer ránkings afirmaría que 'Aire Nuestro' supera todavía a su precedente. Me parece más completa, más brutal, si cabe. Y es que Manuel Vilas es brutal, con todas las connotaciones positivas que uno pueda imaginar dentro de esa palabra (si se fijan, son muchas). Como era brutal Valle Inclán, como eran brutales Dante y Buñuel. Me gustan los escritores brutales. Manuel Vilas es quizás el escritor que más y mejor saca a la luz las tripas de la naturaleza humana. Las muestra, y lo bueno es que nos permite reírnos de ellas, de lo que nos conforma. Vilas ama el universo, ama al ser humano (no el abstracto, sino a cada uno de los bípedos implumes que se arrastra sobre el planeta). Vilas está lleno de amor; y por eso odia con tanta rabia. Hay mucha rabia en sus páginas. Vilas es un escritor político sin ser matraquista. Vilas es un escritor jacobino. Vilas escribe porque no le dejan cortar cabezas. Leyendo a Vilas me vienen a la memoria los 'Diálogos de los muertos', de Luciano de Samósata. En 'Aire nuestro' proliferan los muertos. Los dioses y héroes de Luciano se convierten en estrellas del rock, en escritores, habitantes del purgatorio de 'Aire nuestro'. Vilas es más Luciano que Dante. Vilas es nuestro Luciano, un Luciano actualizado y español. Qué suerte tenemos. Lean a Luciano. Lean a Vilas. Ya tendrán tiempo de darme las gracias por el consejo. Si yo fuera rey dejaría que Vilas me cortara la cabeza. Antes de morir gritaría bien alto ante la concurrencia: 'Me gusta España, me gusta este aire nuestro'. Entonces Vilas, haciendo uso de su infinita clemencia, me indultaría; y acudiríamos al bar más próximo a tomarnos un martini con su aceituna.

lunes, 26 de octubre de 2009

Beyond la prioridad de las operaciones

El otro día, haciendo zapping mientras cenaba, me encontré con una imagen alucinante. Pertenecía a uno de esos programas que consiste en ofrecer un enigma al espectador (juego de las diferencias, respuesta a 'cuál es la capital de Francia', etc) con el fin de que la mayor cantidad de ellos llame al número que aparece en pantalla. El truco, naturalmente, está en que nadie de los que llama sale en antena, y sí la voz de los conchabados que responden inevitablemente de manera incorrecta para mayor cabreo de la presentadora. En este caso hay que reconocer que se lo han currado un poco y que el acertijo pasaría sin dificultad como ejercicio de primero de la ESO. Pensé incluso llevar esta imagen a mis alumnos para motivarlos de manera especial, asunto éste, el de la motivación en el que se nos insiste a los docentes (nunca, es cierto, de manera suficiente). Yo creo que la imagen motivar, motiva bastante, al menos al sector masculino del alumnado; pero siempre habría algún padre reticente a aceptar la vanguardia en cuanto a la educación de sus hijos se refiere. Y así nos luce el pelo. Siempre hemos sido un país atrasado. Yo les propongo que me den una solución. No puedo prometerles ningún premio (al menos seré honrado), aunque sí una calificación objetiva a su respuesta.

jueves, 22 de octubre de 2009

Metáforas cinegéticas

Ya nadie habla de los dinosaurios. La gente parece haber perdido el interés en esos mosntruos de toneladas de carne y colmillos infinitos. Creo que la gente piensa en los dinosaurios en los momentos de bonanza económica. Vemos los camiones circular cargados de materiales de construcción, vemos empresas que crecen de un día para otro hasta alcanzar volúmenes mastodónticos, vemos nuestras cuentas engordar por préstamos hipotecarios, y algo en nuestro ADN se pone en marcha, se siente en su salsa, digamos, nuestra parte jurásica, la parte de la basura de nuestro código genético que, según los especialistas, ronda el 90%. Entonces regresa la fascinación por los dinosaurios. Hasta que viene el meteorito en forma de crisis económica. Y la mayoría de los dinosaurios se extinguen, porque eran criaturas poco económicas, monstruosidades inservibles, una rareza que la naturaleza produjo para divertirse y reírse de sí misma.

Ya no veo a los niños jugar con los dinosaurios.



El otro día me dio por pensar en la cetrería. Intentaba imaginar cómo debe ser eso de amaestrar a un halcón gerifalte. Hacer que te traiga una hermosa perdiz y darle a cambio un trozo de carroña. Me pareció cruel el destino de un animal tan bello. Y de repente me pareció que aquello se parecía bastante al funcionamiento del capital, que el gerifalte es un obrero hermosísimo amaestrado en la producción de un objeto sofisticado, un objeto que no podrá pagar, ni siquiera usando la paga extra de Navidad. Y ese obrero hermosísimo tendrá que conformarse con un sucedáneo accesible a su modesto bolsillo. Pensaba en todo esto, y de repente me entraron unas ganas tremendas de leer algún manual de cetrería.

lunes, 19 de octubre de 2009

Cosas que dice la Biblia

Dice la Biblia que Dios es capaz de contar todas las estrellas del cielo, y no sólo eso, sino conocer cada uno de sus nombres. Lo mismo puede hacer con el número de pelos de una cabellera humana. La verdad es que la Biblia cuenta cosas de lo más extraño. Es un libro surrealista, la Biblia. Lo más parecido que he visto nunca ha sido a Joaquín Araujo en acción. Joaquín Araujo es un naturalista con superpoderes. Un día escuché un programa en la radio en el que Joaquín Araujo decía exactamente cuántas aves integraban una bandada. Con sólo echar un vistazo. Daba igual que fuesen cigüeñas o arrendajos. La locutora no salía de su asombro. Ni yo tampoco. Al final reveló su método de trabajo. Arrojaba a la mesa granos de arroz y con eso practicaba. Los granos hacían las veces de pájaros. Joaquín Araujo era hasta ahora lo más parecido a Dios que yo conocía. Hasta hoy. Mientras comía he visto en la tele una noticia. Hablaba de la manifestación a favor de la vida aquí en Madrid. Y del número de personas que habían acudido. Los convocantes decían que si un millón y medio. La policía que doscientas y pico mil. Supongo que a una manifestación a favor de la vida habrán acudido más personas que a otra a favor de la muerte. Deberíamos hacer la prueba. Que alguien se animase a convocar alguna a favor de la muerte, no de la muerte de nadie en particular, que eso tendría menos mérito, sino a favor de la muerte, en abstracto. Pues bien, hay una empresa que ha ideado un sistema para contar el número exacto de personas que acuden a una manifestación. Hacen fotos desde una altura de cincuenta metros, graban vídeos y después, contrastando toda la información, numeran cada una de las cabezas de los manifestantes. Es espectacular. La empresa dice que no había más de setenta mil personas. Me gusta esa empresa. Es como Dios. Supongo que podría hacer lo mismo con las estrellas del cielo. O con los pelos de mi cabeza. Cada pelo con un número. Pelos pares, pelos impares, pelos primos. Tienen razón los que dicen que todo está en la Biblia.

lunes, 12 de octubre de 2009

Alquimia de tendajón



Ocurren a veces felices hallazgos. Por ejemplo, esta tarde he encontrado un libro de Charles Simic. Podría decir que lo he visto, pero lo más correcto sería afirmar que ha sido él el que me ha visto a mí. Ha sido amor a primera vista. La edición, la portada, el título. Hojearlo ha consistido en una constatación de la evidencia. Es un libro deslumbrante, un híbrido de ensayo y poesía. Un libro sobre ese artista inclasificable que es Joseph Cornell, sobre sus cajas a medio camino del collage y del icono bizantino. He encontrado al mejor Simic en estas páginas. Les dejo un par de muestras:

DONDE EL AZAR Y LA NECESIDAD COINCIDEN

En algún lugar de la ciudad de Nueva York hay tres o cuatro objetos aún desconocidos que embonan uno con otro. Cuando estén juntos serán una obra de arte. Tal es la premisa de Cornell, su metafísica y su religión; la deseo entender.

Sale de su casa e Utopia Parkway sin saber qué busca ni qué encontrará. Hoy, podría tratarse de algo tan común e interesante como un viejo dedal. Tal vez pasen años antes de que encuentre compañía. Mientras, Cornell camina y busca. La ciudad tiene un número infinito de objetos interesantes en un número infinito de lugares inusitados.


CALEIDOSCOPIO DIVINO

La búsqueda de lo perdido y de lo hermoso. Cornell-Orfeo en la ciudad del alma; la ciudad invisible ocupa el mismo espacio que Nueva York.

De Nerval dijo: "El hombre ha destruido y cortado, poco a poco, el arquetipo de la belleza en mil pedacitos". Cornell los encontró en la ciudad y volvió a armarlos. Para Cornell, la belleza es lo que el ser para los filósofos. Escribe:

Miro a través de mi mesa del estudio, todo el día, todos los días, la fachada gris, aborrecible, parduzca del gran edificio del Manhattan Storage y Warehouse con sus dobles persianas metálicas en filas simétricas y sucesivas; cada noche, a las cinco, puntualmente, aparecen en las múltiples ventanas al mismo tiempo guardias uniformados que cierran de noche las pesadas cortinas remachadas con pernos. Pero esta noche de verano, a la hora acordada, vemos la etérea figura de Fanny Cerrito resplandeciente y sorprendente, con fina tela de ondina aparecer en cada compartimento para llevar a cabo las tareas de loa guardias. Tan cándidamente, con tal humildad y gracia inefables cumple su deber que un nudo se nos forma en la garganta. Su compostura y tierna mirada (lento fade-out) imprecan contra el arrepentimiento mientras se desvanece ante los ojos.

Esto es extraordinario.

martes, 6 de octubre de 2009

Tímidos del mundo, uníos

Estamos en Blanca sobre Negra. Es de madrugada. Hemos cerrado 'El Último que Cierra' y no hay otro garito al que ir. Una constatación de que en Blanca sobre Negra impera la lógica, una coincidencia de las palabras y las cosas. Algo que tiene que ver con la poesía. Mola. Nos acompañan los Pastorcillos que aguantaban dentro del bar y una bolsa repleta de cervezas. Luego nos vamos al río en romería. Son las cuatro de la mañana. Hay un árbol, hay mesas y hay bancos de madera, y hasta una especie de columpio. En la oscuridad del río quizás se agazapen las ninfas. No las de Garcilaso. Esto es el Segura. El Sr. Chinarro saca la Gibson y empieza a atender las peticiones de los poetas. Los Pastorcillos se acercan. Quieren música heavy y rumba. Chinarro niega con la cabeza y toca alguna de las suyas. Luego le deja la Gibson a los Pastorcillos. En la ribera coinciden Los Poetas y Los Pastorcillos, varios niveles de la realidad, como una escena del Quijote. Esto también tiene que ver con la poesía. Al menos con la que a mí me gusta. Poco a poco se acaban las cervezas. El Jefe De Todo Esto se acerca y dice que ha hecho una gestión. Suena importante. Y lo es. Ha convencido a algunos pastorcillos para que vuelvan al bar, para que lo abran y para que regresen con más cervezas. El Jefe De Todo Esto puede conseguir cualquier cosa. Hay dos hombres con sombrero. Jesús Ferrero y Matías Tárraga. Los Hombres Con Sombrero hace tiempo que lo intercambiaron sin darse cuenta, desde que jugaron a hacerse fotos con ellos las pastorcillas. Las pastorcillas se columpian bajo el árbol. Matías es un patriarca gitano. Ferrero pierde la mirada en el río como un cowboy derrotado. O quizás está viendo a las ninfas ocultas entre la maleza. La guitarra ha regresado a las manos del Sr. Chinarro. Yo le pido que toque la de 'Tímidos del mundo, uníos'. Y la toca. La toca como los ángeles. Aunque se equivoque. Que se equivoque demuestra la perfección del instante. La luna llena brilla en lo alto concediendo a la escena una impresión de improvisado escenario. La luna sabe cuándo unirse al espectáculo. No quiere perdérselo. Cuando termina la canción me fundo en un abrazo emocionado con el Sr. Chinarro. Le doy las gracias. Justo en el momento en el que aparece la policía. Dos hombres vestidos de azul. El azul de los polis iluminado por la luz de la luna llena es una maravilla. Eso pienso. Nos dicen que no podemos tocar la guitarra. No que no podemos beber ni tomar estupefacientes. Es sólo la guitarra. Son correctos. Son unos polis correctísimos. Dan ganas de invitarlos a una copa. Suenan las campanas. ¿Las campanas no molestan?, pregunta el Jefe De Todo Esto. Nadie se queja de las campanas, responde uno de los policías. Se despiden. Es una pena. La autoridad de Blanca sobre Negra mola. También parecen poetas. Tímidos. Los imagino de vuelta a la comisaría, tarareando dentro del coche patrulla la canción del Sr. Chinarro:

Tímidos del mundo, uníos... Que no pare la conversación, uníos...

lunes, 5 de octubre de 2009

Los futuros del libro o la venida inopinada del Paráclito

Copio aquí la exposición que leí en la mesa redonda acerca de 'Los futuros del libro', dentro de la SELIN de Blanca. Tanto el moderador (Manuel Díaz) como mis compañeros de mesa (Óscar Sipán, Joaquín Rodríguez, Ana Escarabajal y Fernando Larraz) estuvieron realmente estupendos.


Opino que el futuro del libro ha de conjugarse en plural. De ahí lo acertado de hablar no del futuro sino de los futuros del libro. El libro habrá de ser uno y trino cuanto menos. Empezaría por lucubrar una mínima taxonomía siguiendo, si se me permite la irreverencia, el esquema de la Santísima Trinidad. El libro analógico, es decir, el libro tal y como ha llegado a nosotros hasta hace apenas unos años, haría las veces de Padre. De él emanan las otras dos personas del verbo. Por un lado el libro electrónico, el Hijo, un formato que nos promete la gloria de ahorrarnos el espacio de nuestras bibliotecas, que no es poco y, por otro, el libro digital, el Espíritu Santo que se abre al mundo virtual, a una comunidad ecuménica de dialogantes e interactuantes a los que quizás no convenga -no sólo, al menos- denominar lectores. El libro parece destinado, como cualquier otro ente espiritual, a la desmaterialización, a la propagación fulminante en 'tiempo real'. La iconografía cristiana nos muestra a los apóstoles con la llama sobre la coronilla, en estado de conectados. Se trata de la primera red social cuya condición indispensable consiste en ser 'fan' de Jesucristo.

No estaría de más centrarse en los dos últimos, el libro electrónico y el digital, auténtica parusía de nuestros tiempos. Antes que nada, convendría dejar claras las diferencias entre uno y otro. Llamo libro electrónico a aquel texto dispuesto para su lectura en la pantalla de nuestro ordenador o en el e-book, que no puede ser modificado por el usuario lector. Apréciese que la única diferencia con el libro convencional es el formato. A diferencia de lo que ocurre con el libro electrónico, el libro digital permite la interacción del lector, bien a través de la hipertextualidad, es decir, a través de vínculos predeterminados en el propio texto, bien a través de la opción de comentarios o anotaciones. Quizás sea el códice clásico, con las anotaciones marginales de sus múltiples comentaristas, el verdadero precursor de este libro digital del que hablamos.

Si algo caracteriza al libro virtual es su interactividad; y con esto queremos decir que el lector se hace cargo de las potencialidades de dicho texto, potencialidades de sentido y -también- de réplica. Alguien podría objetar a esto observando que toda lectura analógica supone una actualización de una potencialidad del texto. Cierto, pero en el caso de la literatura virtual dicha actualización puede hacerse, digamos, en tiempo real, con posibilidad de reorientar e influenciar la escritura del propio texto. Naturalmente, a nadie se le oculta a estas alturas que el soporte ideal para la literatura digital es internet y su hábitat -virtual, como no podía ser de otra manera- la blogosfera.

No se me escapa la componente económica que subyace a cada uno de los tres tipos de libro ya enunciados. Mientras que el libro analógico es difícilmente reproducible (sólo algunos países del cono sur de América parecen haber sacado partido de la copia en papel, dando origen a una especie de top manta literario), el electrónico, al igual que ocurrió con la música y el cine, acabará siendo pirateado. ¿Terminaremos pagando un canon cada vez que compremos un e-book? Es posible. Creo que la posibilidad de copia, convenientemente regulada, acaba siendo beneficiosa, ya que amplía el abanico de lecturas a nuestra disposición. Basta con imaginarnos descargando en unos pocos minutos algunos ensayos franceses, media docena de libros de cocina china, un par de novelas de autores húngaros y tres o cuatro libros de poemas de autores centroamericanos. Es el tercer tipo de libro, el digital, el que parece escapar a los cauces de la economía. Su propia naturaleza de 'work in progress' negaría la posibilidad de comercialización. Cierto que las editoriales más avispadas mantienen y promocionan blogs de sus autores, digamos, analógicos. Lo que no parecen contemplar, y desde aquí aprovecho para arrojar el guante, es el hecho de contratar a blogguers independientes que formen parte del catálogo editorial. ¿Resulta tan difícil imaginar una colección editorial integrada por blogs? Pongámonos, al menos, a pensar en ello. Las librerías tampoco deberían resultar ajenas a esta irrupción del libro electrónico y digital. Respecto al primero, al electrónico, está claro su papel como portal desde el que acceder a la compra. Aunque la pregunta surja de manera inmediata: ¿qué papel desempeñaría una librería en un mundo en el que se leyese exclusivamente en formato electrónico? Bajo esa premisa, la evidencia es que las librerías resultarían del todo prescindibles, ya que el posible lector descargaría el libro directamente del portal de la editorial. Por no hablar de los distribuidores e impresores. Siguiendo bajo la hipótesis de la desaparición del libro analógico, resulta que de los seis eslabones que forman la cadena de la literatura: autor, editor, impresor, distribuidor, librero y lector, tres de ellos al menos, impresor, distribuidor y librero, se verían seriamente abocados a la extinción. Pasamos de un modelo, el analógico, de seis eslabones, al electrónico, con tres; y de éste al digital, donde los eslabones extremos, el autor y el lector, como en una banda de Möbius, pueden llegar a fundirse en uno solo. Si con el libro electrónico el editor todavía desempeña un papel relevante, como elemento personalizado de selección de textos, en el libro digital, la 'función autor' como la llamaría Foucault, se despersonaliza, ya no corre a cargo de nadie en particular, sino de una comunidad que decide y jerarquiza de un modo espontáneo en el interior de esa tierra de nadie y de todos que es la blogosfera. Si uno tuviese vocación de profeta auguraría un futuro despoblado de librerías tal y como hoy las conocemos, sin editores, donde los autores pondrían directamente a disposición de los lectores sus libros electrónicos en portales diseñados ex-profeso (quizás las librerías del futuro), algo que ya está ocurriendo en Estados Unidos donde algunos autores sobreviven gracias a las ventas de sus libros electrónicos a través de Amazon. Pero ya sabemos que los profetas casi siempre se equivocan. O no tanto.