viernes, 27 de agosto de 2010

Oscuro bosque oscuro




Sé que alguien pensará que no es lo más recomendable, tumbado en la playa o rodeado de un encantador paraje, leer un libro donde se nos narra el exterminio de una multitud de personas que merecen el mero calificativo de ‘insectos’, un libro donde los cuentos acaban tan mal como recién salidos de las manos de los Perrault, si no peor. No lo discuto. Sí daré sin embargo algunos motivos para que el lector pase por encima de estos prejuicios.

Partiendo de la convicción de que un libro es un método de protección solar superior a cualquier crema protectora creo que Oscuro bosque oscuro es un libro de fácil digestión y sin embargo altamente nutritivo. En primer lugar, es un libro escrito como si se tratase de poesía, con renglones quebrados. Pero no es esto, naturalmente, lo que asimila a este texto con la poesía sino la repetición (que alcanza hasta al propio título) de palabras y expresiones, esa aliteración que aparece siempre en los manuales como figura esencial del discurso poético. Y de lo siniestro, al decir de Freud. La historia, no engañaremos a nadie, lo es. Volpi no parece dispuesto a abandonar su fascinación por el nazismo (por el mal, sería más correcto decir, ya que a lo largo de la novela en ningún momento se mencionan ideologías, lugares ni tiempos concretos) y nos ofrece una historia donde hombres corrientes son alistados para recibir una instrucción cuya finalidad es el exterminio. Hasta ahí me permito contar.

Lo interesante, como casi siempre, no es tanto la historia, sino el modo en que está narrada, muy cerca de la oralidad y del tono de los cuentos tradicionales. El resultado: un inyectable literario de extrema pureza que transita directo hacia el imaginario del lector. Podríamos decir que Oscuro bosque oscuro es un cuento de terror para adultos. Interesante resulta asimismo cómo el autor introduce al lector en la obra, apelándolo continuamente, incluyéndolo como personaje que asiste y –tal vez- participa en la masacre, solicitando por parte del lector real un compromiso ético que lo aleja del usual efecto de ‘suspensión del descreimiento’ y que le obliga a preguntarse por su papel dentro de la historia, de toda historia, antídoto contra la generalizada condición del lector como mero espectador de la obra.

El verano, es cierto, es época propicia para la languidez y una saludable despreocupación. Conviene, sin embargo, como en esa famosa escena de Terciopelo azul, asomarse de vez en cuando bajo el césped que acaricia nuestros pies desnudos camino de la playa, la piscina o el lago.


Jorge Volpi
Editorial Salto de Página, Madrid, 147 págs.

jueves, 5 de agosto de 2010

The rampage

Traduzco dos poemas (del inglés) de Miroslav Holub. Forman parte del libro The rampage (Faber and Faber, 1997).

La polilla

La polilla
una vez abandonada su pupa
en la galaxia de harina en grano
y tarros de pringue rancio

La polilla entonces
descubre
en esta típica oscuridad
que es una especie de mariposa
pero no se lo puede creer
no se lo cree

No puede creer
que sea una diminuta
voladora, relativamente libre
polilla

Y quiere regresar
pero no hay forma

La libertad
hace temblar a la polilla
para siempre. Con esto
quiere decirse
veintidós horas


El Museo Británico

De acuerdo con las reglas de la fuga
a toda arca le llegará su ruina, la trilingüe
piedra Rosetta se romperá, la estela de Halicarnaso
volverá al polvo, los espíritus asirios de arenisca
y cabezas de águila despegarán tímidamente
los hombres tallados con cabeza de león de Ashur
estirarán la pata. La última mano de granito rojo del Coloso
de Tebas se marchará, el dios indio Harikaru cubrirá
sus ojos de ónice, los rollos de matemáticas se incendiarán
los poemas colgantes Zen se evaporarán, y el infernal juez verde
de la dinastía Ming gimoteará

El tiempo de la piedra está medido
al igual que el del mito

Tan sólo los genes son eternos
de cuerpo a cuerpo
de una raza a otra raza
en Southampton Row
de hecho
encontrarás caminando códigos genéticos de momias egipcias
ácido desoxiribonucleico del hombre de Gebelin
trazos hereditarios del hombre de Lindow
cuyos restos terrenales, cortados por la mitad por un bulldozer
engordan exitosamente bajo una campana de cristal
en Bloomsbury, de hecho, encontrarás
toda la eternidad del mundo merodeando
comprando flores negras
para el Juicio Final, menos Final
que un perrito caliente a medianoche

Así que el Museo Británico no hay que buscarlo
en el Museo Británico

El Museo Británico está en nosotros
en nuestros propios corazones
en nuestras propias profundidades