miércoles, 26 de diciembre de 2012

Listado (inevitable) del año

Todo listado es incompleto e insuficiente. Resulta tópica la captatio benevolentiae en estas fechas navideñas cuando uno repasa lo mejor del año, pero a veces conviene insistir en lo obvio, aunque solo sea para olvidar la dosis de estupidez que subyace en todo prontuario. Hablo de libros, de novelas (leí poca poesía este año y me siento temporalmente fuera de juego) españolas y traducidas. Dejo a un lado el ensayo (ensayo sí leí, pero mi criterio al respecto resulta confuso incluso para mí mismo). Uno lee lo que puede, lo que le permiten el tiempo y las fuerzas y de todo eso, de lo que más me acuerdo (la calidad tiene algo de memorable, creo que podemos partir de eso) es de Alimento para moscas de Jon Obeso, de Aire de Dylan de Vila-Matas, de El perseguido de Daniel Guebel, de El libro uruguayo de los muertos de Mario Bellatin, de Karnaval de Juan Francisco Ferré, de El diablo a todas horas de Donald Ray Pollock, de Matate amor de Ariana Harwicz, de La cerca de Jean Rolin, de Trilobites de Breece D’J Pancake y de El ángel esmeralda de Don Delillo. Hubo otros libros buenos, algunos bastante buenos, pero no los pondría a la altura de los anteriores. Como los que cito son extraordinarios nadie debería sentirse ofendido. Mencionaré entre los segundos Norteamérica profunda de Juan Carlos Márquez, Los pájaros amarillos de Kevin Powers, Los inmortales de Manuel Vilas, El público de Bruno Galindo, Medusa de Menéndez Salmón, La interpretación de un libro de Juan José Becerra o Democracia de Pablo Gutiérrez. Probablemente olvido alguno. Que nadie se preocupe. Devuelvan sus revólveres a la cartuchera. Acháquenlo simplemente a mi proverbial falta de memoria.

martes, 18 de diciembre de 2012

Matate, amor

A veces, porque uno es así de descreído, llego a pensar que la literatura ha perdido algo de su magia o que soy yo el que la ha perdido y añoro la vuelta a mi adolescenacia y el olvido paradisíaco y virginal que me devuelva a Whitman y Borges y Rimbaud y, ay, al torpe pero inolvidable éxtasis de la primera vez. Pero ocurre, sigue ocurriendo, que uno se tropieza con un libro que le disuelve el cinismo y ya no dice para sí mismo 'esto está bien escrito, pero...' o 'esto está muy pero que muy bien escrito, pero...'. Ya saben a lo que me refiero porque el cinismo es de lo mejor repartido entre críticos y escritores y corredores de Bolsa y a las charlas de café y copa -y cigarrillo en la puta calle- me remito.  Esto que escribo o parecido es lo que se me venía a la cabeza mientras leía Matate, amor de una escritora argentina llamada Ariana Harwicz. Cierto que siento debilidad por los escritores argentinos, lo mismo que por los jugadores de fútbol argentinos. Creo que dios ha llamado a ese país por los caminos del fútbol y la literatura y que yo mismo sería mejor escritor, y ya no digo futbolista, si fuera argentino. Si además el apellido de la autora es polaco y rima con Gombrowicz, miel sobre hojuelas. Matate, amor es una novela de una intensidad escalofriante. Cada página destila hectolitros de emoción, pero no esa emoción que desborda y deja al lector empapado y listo para la secadora, sino la emoción contenida en un lenguaje férreo y labrado con precisión milimétrica. Cada frase es una batalla del lenguaje con la emoción, una batalla extraña en la que ambos contendientes salen ganando. Podríamos llamarlo (buena) poesía. Se trata de la primera novela de Ariana Harwicz y sí, voy a cometer la pedantería y el lugar común de decir que se trata de un inicio deslumbrante, pero no de decir que augura una gran carrera literaria. Esta obra vale por sí misma. Podría ser la última de una larga trayectoria, el logro tras repetidos fracasos. Que no lo sea ni suma ni resta mérito. Me estremeció la lectura de sus páginas. Lo demás es literatura. 
 

martes, 20 de noviembre de 2012

Holy Motors






Holy Motors es desde ya una película de referencia, de esas que llaman ‘de culto’  aquellos que entienden que el arte es la única religión posible y deseable. Las  imágenes de esta película ya descansan impresas en mi ADN cultural, como las de La Naranja Mecánica o In the mood for love o 2001: una odisea del espacio. La película va de una sucesión de performances solitarias o compartidas, ejecutadas por una especie de actor que se mueve en limusina, de pequeñas obras de teatro que parecen  hacerse cargo de las emociones y las fantasías que ya no es capaz de proveer una agónica realidad.
La plasticidad de las imágenes es asombrosa. A esta peli le sobra el 3D, lo lleva inscrito en el encuadre y en la fotografía y en la pulsión brutal que se agazapa detrás de cada plano. La realidad insiste en una huelga de acontecimientos y solo el arte puede insuflarle algo de intensidad. Un banquero desea que lo maten, una hija que su padre la abronque, una modelo de belleza perfecta ser raptada por un monstruo que come flores y billetes de curso legal. Las calles necesitan a su tullido que nos despierte la catarsis necesaria para llegar contentos al trabajo. Holy Motors dispara con bala. En un mundo anodino las emociones viajan en limusina, la representación  ha ocupado definitivamente el lugar de la acción. Le faltó tan solo a Leos Carax  hacer fingir a su personaje una revolución.

lunes, 29 de octubre de 2012

En el pasado SOS 4.8

La revista literaria El Coloquio de los perros cubrió los eventos literarios del último festival SOS 4.8 de Murcia. Allí se habló de series de televisión. Por mi parte participé en una mesa redonda titulada Discontinuidades temporales en Lost y Fringe junto a Miguel Ángel Hernández Navarro, Agustín Fernández Mallo y Eloy Fernández Porta. He aquí el texto íntegro de mi conferencia. Doy las gracias a Juan de Dios y a Zoraida, espléndidos reporteros del congreso.

http://www.elcoloquiodelosperros.net/numerosos/javimsos.html

viernes, 26 de octubre de 2012

El error


Me pregunto dónde irán a parar el sin número de errores y de aproximaciones inherentes a todo cálculo. La diferencia entre Π y 3.14 o 3.1416. El matiz entre el hemisferio ideal y la cúpula del Panteón, entre las proporciones de mi tarjeta de crédito y la razón áurea. Se sabe que la respuesta del oráculo de Delfos ante la peste que asolaba Atenas fue que esta se extinguiría solo en el caso de que se consiguiera duplicar el volumen del cubo que servía de altar al dios Apolo. Tarea imposible como demostraron las matemáticas casi dos milenios más tarde. La peste prosiguió en Atenas entonces por una cuestión infinitesimal, un ‘imperceptible’ de unas pocas cifras decimales. La raíz cúbica de 2 no solo es irracional sino que ni siquiera podía ser construida con regla y compás. Duplicar el cubo parece una tarea sencilla pero en esa engañosa sencillez, en la propuesta de un problema irresoluble, parecen recrearse los dioses más crueles de la antigua Grecia. Un infinitésimo marca la diferencia entre la vida y la muerte. El ideal rehúye su concreción material y esa reticencia pone en marcha el mecanismo inapelable del destino.

El error proviene casi siempre de un pequeño desvío capaz de originar consecuencias imprevisibles. El acto erróneo es el infraleve atribuido de sustancia moral. El error proviene de acatar como exacto lo que en realidad es irracional, de privar el acaso del ruido de fondo inagotable que lo acompaña y lo sustenta, de sancionar como acabado y perfecto lo inagotable e indefinido. El infinitésimo de Leibniz o de Robinson permite el cálculo de lo inaprensible, la comprensión de la secuencia infinita de todo movimiento. El protagonista de la novela La miseria de las cosas de Dimitri Verhulst consigue en un momento dado vislumbrar el instante en el que crecen los pechos de la adolescente Elena. La mirada del joven logra así lo que en apariencia resulta imposible, desentrañar una de esas ‘transformaciones silenciosas’ de las que habla el sinólogo francés François Jullien. Entre dichas transformaciones se cuentan la erosión del terreno, el germinar de una semilla o el tropismo de una planta. Movimientos inaprensibles a simple vista, constatables solo en intervalos temporales de larga duración; y sin embargo movimientos tanto o más decisivos que la súbita caída de un rayo o el disparo de un arma de fuego. Cierto tipo de arte pretende recuperar para el hombre la conciencia y la sensación de ese inaprensible. Desde los movimientos imperceptibles captados por la cámara superrápida al infraleve de Duchamp o lo infraordinario de Perec. Pienso en la diferencia entre una composición de Bach y la versión mp3 de dicha composición, en los residuos que deja en lo analógico su conversión digital. Pienso en el recorte acústico como en una especie de confeti musical acariciando los oídos. Lo imagino como un ruido blanco, una especie de silencio hermoso y henchido de excelencia.

sábado, 6 de octubre de 2012

Dos libros críticos


Los dos últimos ensayos que he leído forman parte del catálogo de Clave Intelectual, una editorial atenta al pensamiento crítico (como si existiera otro) contemporáneo. Empezaré hablando del segundo, de título prometedor, El casino que nos gobierna, de Juan Hernández Vigueras. En él se desgranan los diversos juegos y herramientas financieras bursátiles  (swaps, CDS, etc) que constituyen la economía digamos virtual, para diferenciarla de la economía real, aquella que se sustenta en algún bien material y tangible. Pese a su considerable volumen me ha parecido que el libro de Vigueras aporta poco desde el punto de vista técnico y literario. Se pasa casi siempre por encima de las descripciones de los productos derivados financieros (wikipedia sigue siendo hasta ahora la mejor manera de acercarse al lenguaje críptico de estas ‘armas de destrucción masiva’), lejos del acertado espíritu didáctico y la intensidad narrativa (y eso que hablamos de libros de divulgación económica) de Matt Taibbi en Cleptopía o de Marc Roche en El Banco: cómo Goldman Sachs dirige el mundo; asimismo las tesis del autor resultan monocordes y reiterativas, como si el libro estuviese compuesto a base de retazos en los que se echa de menos un hilo argumentativo sólido y unitario. El casino que nos gobierna resulta útil sin embargo como analecta –nunca exhaustiva- de infamias económicas. Cabe agradecer al autor el trabajo de acopio de materiales que convierten este libro en una primera aproximación divulgativa para que el lector realmente interesado bucee en otros textos y otras fuentes.

Mucho más interesante me ha resultado el pequeño ensayo de Alain Badiou El despertar de la historia. En este libro Badiou analiza las revueltas del mundo árabe y de los indignados españoles. El pensamiento de Badiou es un pensamiento a mi parecer realmente revolucionario, un pensamiento que se atreve a escapar (sí, prepárense, tápense los ojos y los oídos) del consenso democrático. Las tesis de Badiou me parecen certeras y estimulantes. La primera de ellas es que las revueltas árabes no esconden un impulso democrático a la occidental (algo que repitieron machaconamente nuestros medios de (des)información). Los árabes no se revelaron porque quisiesen convertir sus países al way of life europeo o estadounidense, se congregaron en las plazas porque querían despojar a los dirigentes del poder y erigirse en una fuerza histórica capaz de instituir sus propias reglas (no necesariamente democráticas). Badiou consigue de esa manera desligar ‘revuelta’ de ‘búsqueda de democracia’. La democracia no es sino una manera en la que puede instituirse el impuso revolucionario, ni mucho menos la única. La segunda tesis a mi parecer digna de ser reseñada –y que de algún modo tiene que ver con la primera- es que la democracia representativa actual es un antídoto contra la revuelta. Examina al respecto las aplastantes victorias conservadoras en Francia y España tras el mayo del 68 y tras el movimiento 15-M, respectivamente. Badiou analiza formalmente la categoría de revuelta. Partiendo de la revuelta nihilista (una multitud de gentes que se agrupan con un objetivo no perdurable) llega hasta idea de revuelta revolucionaria que, según él debería poseer tres características necesarias: la intensificación (el ciudadano ‘desclasado’ toma conciencia de su situación y levanta la voz  para manifestar su equiparación con el resto), la representación (la multitud congregada debe representar de un  modo diríamos ‘fractal’ la multiplicidad social y cultural del Estado al que pertenece) y la localización (la multitud debe concurrir en un lugar que quedará investido como situs vinculado al acontecimiento: Plaza del Sol, Plaza Tahrir, etc). Badiou propone (y esta quizás sea la parte más oscura y menos argumentada del libro) la idea de que un movimiento dotado de esas características, un movimiento que supone un verdadero despertar histórico, debería finalmente instituirse como una tiranía (resistente al apaciguamiento estandarizado de las urnas) que se encaminara, no a  un Estado tal y como lo conocemos, sino a su propia disolución, a la culminación del verdadero comunismo.  

lunes, 1 de octubre de 2012

Un poema (casi) olvidado

 
Encuentro entre mis libros, de casualidad, como quien halla un tesoro removiendo un montón de piedras, esa pequeña joya de la edición que es el número 1 de la revista Hache; y, en su interior, un poema mío que casi había olvidado (siempre agradeceré a Cristina Morano y a Héctor Castilla el espacio que me reservaron en aquella revista). Pienso que me gustaría mucho haber escrito ahora este poema. Siento algo de envidia de mí mismo, del mí mismo que era hace unos años. Supongo que eso es bueno, no estoy seguro. Así es que voy a imaginarme que acabo de escribirlo, porque mis sentimientos al respecto de la creación poética son los mismos y porque soy capaz de llenar de emoción a través de su lectura cada una de sus palabras. Este poema es como una alianza, como el instante nietzscheano del eterno retorno. Lo leo y digo 'sí quiero', y quiero que este sentimiento se repita, una vez tras otra.


Ars poética


Él veía desde la lejanía las pompas. Las miraba

brotar del soplo anodino de los muchachos

habituados a la infalible precisión del invento.

Su soldada de militante niño no era suficiente.

Contemplaba triste en el aire la danza

de una perfección ajena. Así que tomó

el agua y el jabón, dobló el alambre y monóculo

lo introdujo en la esperanza. Inútil empeño.

Su soplo se perdía estéril. La informe materia se resistía

a plegarse en la ideal forma. Pasaban los días.

Aprendió a declinar la voluntad en todas sus variantes.

Ocurrió al fin. La burbuja creció súbita

del vacío. Temblorosa al principio, después plena

surcó el espacio reflejando en su cuerpo

la comprimida inmensidad de un mundo,

su rostro mirándolo atónito desde la transparencia.

No pudo resistir. Tuvo que tocarla.

sábado, 22 de septiembre de 2012

Espacio en blanco


La crisis lo confunde todo. Me despego un palmo de mí mismo y veo a un ser anonadado. Es como alguien que de repente pierde la fe. Es como leer a Nietzsche con dieciocho años, pero sin el entusiasmo de leer a Nietzsche con dieciocho años. Mi mente se parece a una nebulosa y los estados nebulosos, como se sabe, escapan al principio de no contradicción. O sea, que puedo pensar y sentirme dos cosas al mismo tiempo. Soy como la moral de un príncipe heredero, pero sin nada que heredar. A veces cuento los dedos de mi mano. Siguen siendo cinco, y resulta consolador. Siento que alguien me ha traicionado pero no pongo rostro al culpable. Se parece a mí pero no soy yo. Tiene cuatro años y me mira desde una fotografía en blanco y negro. Frunce el entrecejo porque sabe que le espero en un futuro que ya es este presente. Me recrimina algo. Eres estúpido, dice. Te vas a creer todos y cada uno de los cuentos que te cuenten de aquí hasta tus treinta años. No pierdas esta foto, llévala contigo. Soy tu ángel de la guarda, tu particular ángel de la historia. De tu historia. Soy la versión depauperada de ese niño sabio, la confirmación de la segunda ley de la termodinámica. Un cerebro en desorden. Un desorden de palabras. Escribir es una costumbre, un lugar al que volver, un ciclo consolador como las estaciones y los cumpleaños. Solo se requiere de un poco de tiempo y de un escueto rincón. Pero hay ruido, demasiado ruido. Las cosas proliferan y apenas dejan espacio. Cuesta arrancarle al balbuceo de la actualidad una página en blanco.
 

lunes, 27 de agosto de 2012

Aplicación Hopper


Creo que existe un filtro Hopper, igual que existe un filtro Valencia o un filtro Walden (Instagram). Retiro lo dicho. No hay un filtro Hopper, sino varios, y la obra del pintor norteamericano es en sí misma una aplicación que sirve para mirar al mundo y sonsacarle a su misterio un puñado de hermosas imágenes. He aquí algunos de los filtros que se me ocurren a botepronto de esa aplicación Hopper, de esa máquina Hopper.

1.-Filtro giro romántico de noventa grados. Tomemos un cuadro de Caspar Friedrich. Mejor dicho, imaginemos que somos Caspar Friedrich, un Caspar Friedrich del siglo XX. Decidimos entonces que, en lugar de representar a nuestros personajes de espaldas y observando un paisaje imponente, los representaremos al bies, mirando algo desconocido que no figurará en el cuadro. Eso desconocido implica a la imaginación del espectador. Puede ser algo banal, probablemente lo sea. Tampoco descarto lo maravilloso. De hecho yo opino que todos los seres de este mundo son maravillosos. El de Hopper es un romanticismo inmanente y elíptico, el único disponible en los tiempos que corren.
 

2.-Filtro Espinario. En muchos cuadros de Hopper la apariencia de sus protagonistas es de ensimismamiento. Hombres y mujeres (sobre todo mujeres) absortos en una tarea que reclama toda su atención, algo que produce una curiosidad insoslayable en el espectador, un efecto de inmersión, un deseo imperioso de ubicarse en lugar del personaje.
 
 

3.-Filtro Laocoonte. Casi todos los cuadros de Hopper parecen fotogramas perdidos de alguna película. Reflejan momentos pregnantes, el punto de tangencia entre un arte del espacio (la pintura) y un arte del tiempo (el cine).  Lessing estaría orgulloso de Hopper. Hay una historia detrás de cada cuadro de Hopper. Por eso Hopper le gusta tanto a tantos escritores.
 
 
4.-Filtro Psicosis. Creo que Hopper es fundamentalmente un paisajista. Hasta cuando aparecen personas en sus cuadros la impresión es la de estar contemplando un paisaje. Los cuadros de Hopper nos dicen qué le ocurre a las cosas cando se quedan solas. Los cuadros de Hopper parecen hablar de un mundo postapocalíptico en el que ya no quedan seres humanos. Es terrible. Las cosas se han librado de nosotros, de esos seres que creían saber cómo eran y en qué consistían, y ahora pueden mostrarse libremente, exhibir ante un mundo despoblado toda la siniestra poesía que llevaban dentro.
 

jueves, 9 de agosto de 2012

Batman o la vacuna contra la revuelta


No hay ninguna duda de que la saga Batman de Christopher Nolan funciona como una especie de laboratorio simbólico donde los personajes representan fuerzas y valores que entroncan con lo más profundo de la psique individual y –digamos- social. Sus películas están dotadas de ese onirismo que confunde si cabe aún más a los psicóticos atraídos por la violencia, incapaces de distinguir la ficción de la realidad, hasta tal punto que en Estados Unidos ir a ver Batman a una sala de cine parece haberse convertido en un comportamiento de alto riesgo. Resulta reiterativo (y sintomático), por ejemplo,  el uso que hace Nolan del tópico antropológico del chivo expiatorio. El director se diría heredero de las teorías de René Girard que, como se sabe, convierte al chivo expiatorio en una de las claves de bóveda de su pensamiento (monótono pero resultón, todo hay que decirlo) y que sirve para justificar ‘científicamente’ las bondades del cristianismo. Nolan trae a la palestra cuestiones antropológicas que parecieran desfasadas y latentes y que sin embargo forman parte –más o menos oculta- de nuestro día a día. Basta seguir las noticias para darse cuenta de hasta qué punto resulta útil políticamente la estigmatización de colectivos (controladores aéreos, funcionarios, o lo que se tercie) para justificar medidas impopulares. Mi objeción proviene precisamente de la presentación acrítica de dicho recurso. Recordemos que, en esencia, tanto Harvey Dent como el propio Batman resultan chivos expiatorios que sirven para mantener el status quo, catalizadores para escapar al caos. De hecho creo que la última entrega de la saga constituye una elaborada vacuna simbólica contra los ímpetus revolucionarios que flotan en el ambiente. Es difícil que el espectador no se identifique con la toma de La Bolsa por parte de Bane y sus secuaces o con el deseo de  juzgar a los corruptos y redistribuir la riqueza. Pero la identificación pronto se torna rechazo cuando Bane muestra a las claras su vocación terrorista y genocida, algo que funciona como aviso y objeción para aquellos que buscan cambiar las cosas y que podría traducirse en algo así como ‘ojo, que tras la revuelta contra la injusticia aguarda el caos y una injusticia aún mayor’. Así Bane podría ser Juan Manuel Sánchez Gordillo, el diputado de IU en el Parlamento Andaluz que asaltó hace unos días un supermercado de Mercadona, o el propio Zizek, si nos ponemos cosmopolitas y rimbombantes. Ya se sabe, lo mejor es que todo cambie para que todo siga igual. Lo importante es poderse pagar un viaje a Florencia y sentarse en una cafetería junto al Arno; y si en la mesa de al lado están Batman y su chica, mejor que mejor.

lunes, 6 de agosto de 2012

La imposibilidad de la política


Cada vez resulta más constatable la imposibilidad de hacer política. La urgencia en la toma de decisiones motivada por la crisis económica elimina una de las condiciones necesarias del ejercicio de la política, esto es, la perspectiva del medio y largo plazo y cierto decalage respecto a los acontecimientos de todo tipo que abastecen lo cotidiano. Hubo un momento en el que la disposición de las estrellas servía para tomar decisiones. Cierto que algunas actuaciones (la respuesta a una agresión externa, el remedio a una plaga) requerían la respuesta urgente  de un oráculo o un arúspice pero todo ello admitía como trasfondo una conciencia temporal que aspiraba a lo perdurable. En nuestros días son los vaivenes de la bolsa y de la conocida prima de riesgo los que determinan la actuación política. La diferencia de escala temporal entre los movimientos bursátiles (que transcurren en décimas de segundo) y los ciclos sociales (que se miden en años y legislaturas) produce el indeseable resultado del cortocircuito de la política. Es como si toda una cultura pretendiera gobernarse según el azar del movimiento browniano, algo que genera un estrés difícilmente sobrellevable por parte de sus confundidos ciudadanos. Algunos net.artistas como Lise Autogena y Joshua Portway han conseguido plasmar a mi parecer de un modo bastante efectivo lo dicho anteriormente. Ambos son los creadores de Black/Shoals Market Planetarium, una representación en tiempo real de la evolución de 10000 empresas de valores. Cada corporación es representada en el planetario por una estrella cuyo brillo dependerá de su cotización en ese momento, mientras que las constelaciones se dibujan atendiendo a la afinidad comercial de dichas empresas. Dicha obra se expuso por primera vez en  la galería de la Tate Modern de Londres en 2001 y fue nominada al Premio Turner Alternativo en 2002. Su título pretende rendir un irónico homenaje a la conocida fórmula de Black-Scholes que permite cuantificar el valor de una acción de bolsa y por el que sus creadores (pertenecientes a la famosa escuela de Chicago) fueron recompensados con el premio Nobel de economía en 1997. Sin embargo, la fórmula Black-Scholes también dio lugar a uno de los desastres más sonados en la historia de los mercados de valores. En 1998, el fondo de inversión gestionado por Scholes y Merton de Capital a Largo Plazo se declaró en quiebra con pérdidas de casi tres mil millones de dólares que amenazaron la estabilidad financiera en todo el mundo. Paradójicamente, estas pérdidas se atribuyeron a las limitaciones de los modelos utilizados por los académicos. La similitud fonética de Black Shoals y Black-Scholes subraya el hermetismo y la falta de transparencia de las nuevas finanzas cuantitativas. Mediante la transposición de Sholes por Shoals (banco de arena, aguas poco profundas), el título hace referencia al peligro que las costas rocosas constituyen para los barcos. La oscuridad, las tormentas y los naufragios son las imágenes que vienen a la mente, y apuntan claramente al fondo de inversión de Capital a Largo Plazo.








domingo, 22 de julio de 2012

Diálogo clínico


-Cuál diría que es su primer recuerdo consciente.


-Bueno, no sé cómo decirlo sin resultar ofensivo.


-No se preocupe. Usted está pagando un montón de dinero. Yo siempre digo a mis pacientes que si pagan tanto dinero lo menos que pueden hacer es permitirse el pequeño lujo de sincerarse conmigo.


-Bueno, mi primer recuerdo consiste más bien en una certeza, la de que toda la gente que me rodeaba era imbécil. Es un pensamiento que me ha acompañado durante toda mi vida. Veo imbéciles por todas partes, en los restaurantes, en los ascensores, en las fiestas de cumpleaños, en los aviones. Imbéciles tumbados en la arena de la playa. Gastamos cantidades enormes de dinero en cohetes espaciales que llevan imbéciles al espacio. Así es como yo lo veo.  


-…


-Es algo así como esas películas donde el personaje protagonista se mueve entre gente aparentemente normal pero que resultan estar poseídos por un espíritu demoníaco y ese descubrimiento terrible no ocurre al principio, ni siquiera en un momento en el que haya posibilidad de escapar, sino que ese descubrimiento es precisamente el final de la película.


-¿Podría definirme imbécil?


El hombre que acaba de hacer la pregunta cómodamente sentado en una silla modelo Swan, de Arne Jacobsen, entrecomilla la última palabra con la pronunciación que uno usaría ante alguien que experimenta dificultades para comprender nuestro idioma.


-Bueno, imbécil es todo aquel que carece de la suficiente sensibilidad como para darse cuenta de que lo es.


-…


-Creo que es una buena definición.


El hombre que reposa en una silla modelo Swan, de Arne Jacobsen, pierde la mirada en algún punto más allá del cuadro Audrey Hepburn de Ikea que cuelga justo en la pared de enfrente al tiempo que sostiene su mentón en el típico gesto de un hombre que medita buscando la solución de un problema.


-Resulta paradójico. Es una de esas paradojas autorreferenciales. O bien uno es inconscientemente idiota o, si es consciente de ello, no por esa razón deja de serlo. ¿No es cierto?


-Básicamente eso era lo que quería decir. La diferencia está entre el imbécil autoconsciente y el imbécil inconsciente.


-Y usted, ¿en qué grupo se incluiría?


-Entre los primeros.


-Lo cual no excluye que usted sea un imbécil.


-Por supuesto que no.


-Incluso yo podría serlo.


-…


-Todos somos imbéciles, entonces.


-No es nada personal. Si hacemos uso de la lógica resulta evidente.


-Incluso reconfortante.


-Yo no diría eso. Los imbéciles inconscientes son peligrosos. Son la mayoría. A esos es a los que me refería al principio. Puedo olerlos. He desarrollado un sexto sentido para identificarlos. Gasto ingentes cantidades de energía tratando de evitarlos.


-¿Cuál diría que es el porcentaje de la población que pertenece a ese grupo?


-Más del noventa por ciento de la población española. El porcentaje desciende si hablamos del extranjero.


El hombre que reposa en el diván mirando al techo empieza a sentirse realmente cómodo. Echa un vistazo al cuadro neoyorkino y al cuadro londinense de Ikea. Le gustan esos cuadros. Hay algo en esos cuadros que genera un sentimiento automático de adhesión y paz interior.


-Intuyo que usted otorga algún tipo de ventaja a aquellos que viven más allá de nuestras fronteras.


-Hablar idiomas extranjeros es algo así como un atenuante. No hablar español resulta beneficioso. Creo que el español es un idioma que predispone a la estupidez. Si habláramos inglés o chino todo sería más fácil.


-¿Podría describirme cuáles son los beneficios del imbécil autoconsciente? ¿Piensa en algún tipo de superioridad respecto al imbécil… más corriente?


El hombre tumbado en el diván parece tomarse su tiempo. Apoya un pie contra el otro y se recrea en la tibieza que emana la fricción de sus calcetines de pura lana.


-El idiota autoconsciente resulta ridículo. No puede desprenderse de la sensación continua de ridículo. El idiota inconsciente resulta peligroso para los demás, pero el idiota autoconsciente resulta un peligro solo para sí mismo.


-Por eso está usted aquí.


-Básicamente.


-Siente que usted es un peligro para sí mismo.


-Eso creo. Hasta ahora me beneficiaba de mi autoconciencia, pero ha llegado un momento en el que dicha autoconciencia me perjudica. Yo lo veo como la victoria definitiva de los imbéciles inconscientes, como el inicio de una época si cabe más oscurantista. El entorno ha mutado y eso me perjudica. Temo no poder adaptarme a este nuevo hábitat. Me veo como una especie en peligro de extinción.


-¿Puedo preguntarle a qué se dedica?


-Trading. Compra venta de productos financieros.


-Suena interesante.


-Lo fue, en algún momento.

domingo, 17 de junio de 2012

Yo siempre regreso a los pezones... y Antibiótico

Creo que hay que celebrar la reedición de Yo siempre regreso a los pezones y al punto 7 del Tractatus (Alfaguara 2011), editado por primera vez en 2001. Reconozco que lo he (re)leído en paralelo con su último libro Antibiótico, publicado en Visor casi al mismo tiempo que la reedición del primero. Son el primer y el último libro de Agustín Fernández Mallo, y dicha lectura me ha permitido hacerme cargo no de la evolución (descarto esa palabra en casi cualquier circunstancia y, desde luego, siempre que hablo de arte) sino de cómo un autor (en este caso Agustín) extrae materiales de lo que ha quedado por decir en todos sus libros anteriores, como si traer libros al mundo no fuese sino una sucesión de ondas analógicas que buscan colmar huecos y temas que permanecen latentes en la escritura de esa primera obra a la que de algún modo siempre se regresa. Dejo aquí un poema de cada uno de estos libros. Lamento que el procesador de blogger no pueda recrear la ecuación de Dirac en el primero de ellos.
  


Bordeo el asunto. Trazo círculos. Tropiezo con los círculos. Tampoco valen las elipses, ni esa trampa en movimiento llamada espiral. Ensayo otros accesos: la ecuación, la palabra, recuerdo a Wittgenstein: ni una sola palabra rozará la realidad sin que ambas ardan o estallen, recuerdo a Dirac:  [sin comentarios]. Y me alejo. Mi sombra se alarga, interina, hasta el centro de aquellos dominios que habré visitado fantasmal, pictóricamente. [También puedo decir, si quiero: cada margen tiene su margen, pero esto, por obvio, requeriría demasiados comentarios.]

  

Definición: llamamos poema a una superficie continua,
dotada de un punto de fuga, derivable en todo el espacio,

y en la que se pueden definir las operaciones

adición
       sustracción

                 multiplicación
                                   división,

y que además posee un elemento neutro que
puede ser el 0,

el 1,
o el propio poeta,

si se da la circunstancia de que en algún lugar de esa superficie
el elemento neutro es el propio poeta, entonces

éste ha desaparecido de la obra y la llamamos

obra maestra

sábado, 26 de mayo de 2012

Dos cúspides

De lo que llevo leído este año no me cabe duda de que hay dos libros que destacan de modo  impepinable sobre el resto, cada cual diverso del otro, como las dos cúspides simétricas del Olimpo. Estos son El perseguido, de Daniel Guebel, recientemente reeditado por El Desvelo, y El libro uruguayo de los muertos, sin lugar a dudas la mejor obra de Mario Bellatin, publicado en Sexto Piso.



Os dejo aquí un fragmento de El perseguido:


“Rompí con mi grupo, entré en una empresa de agentes de la Bolsa, conocí todas las variables de la economía y terminé armando mi propio emporio. El negocio de la especulación monetaria es una gran fachada montada sobre la nada, allí estriba su atracción. Para la mayoría de las personas sólo lo ilusorio es cierto. Me convertí en un financista próspero, un experto en apoderarme del dinero ajeno. Fundé falsas sociedades mixtas, organicé fondos de inversión, trafiqué bonos basura, compré deuda externa, papeles de pensión. Cada una de mis operaciones arruinó a cientos, miles de personas.”

¿Cínico? ¿Contradictorio? No.

“Al crearles por la vía del despojo una evidencia de la injusticia de las relaciones sociales, a estos pobres infelices, mis víctimas, les generé las condiciones objetivas de existencia de su conciencia de clase y corté de cuajo con la posibilidad de que siguieran interpretando falsamente su situación. ¿Qué buscaba con esto? ¡Mi sueño era una obra maestra de la didáctica dialéctica! ¡Yo quería morir fusilado por mis revolucionarios el día de la toma del Poder! Pero algo salió mal. Los Aparatos del Estado funcionan: mis éxitos financieros me habían vuelto famoso y los medios conservadores aprovecharon para convertirme en el emblema del progreso. Yo salía en las tapas de las revistas, Holas y Caras me exponían como un ejemplo de la dinámica capitalista. Encima, mis explotados querían ser como yo. ¡Luché como nadie para resistir ese triunfo paradojal! Pero el capitalismo era más fuerte. Y  además, cometí otro error: en mi condición modélica me sentía invulnerable y bajé las guardia justo cuando los ojos de la mosca de los Organismos de Inteligencia se posaban sobre mí.”

jueves, 17 de mayo de 2012

Bellezas clásicas torturadas


A Daniel Martínez Pérez lo conozco desde hace mucho, mucho tiempo. Siempre me ha interesado su obra, la obra de alguien que aparentemente no la tiene porque no ha sido –apenas- expuesto, ni –apenas- proyectado, ni –apenas- escuchado. Y es que Daniel despliega su talento en diversas disciplinas. A Daniel lo conocí cuando formamos nuestro grupo de música: La Tragedia (Joaquín al bajo, Dani a la guitarra y yo voz y letra). En él está inspirado Gabi, el personaje de mi primera novela Buscando batería. Luego (después de nuestra historia en el grupo) descubrí que escribía. Y luego, más tarde, que dibujaba. Daniel realizó el mediometraje que se inspiró en mi libro de poesía Cortes publicitarios. Cuando le propuse la idea de hacer una adaptación visual él me respondió que ya había pensado en ello. No me extrañó lo más mínimo. Daniel es una de esas pocas personas con las que guardo una afinidad artística que roza el ciento por ciento. Casi todo lo que hace me habría gustado hacerlo a mí. Esto sería intolerable si no fuésemos amigos. Lo bueno es que él hace cosas que yo no hago habitualmente, de modo que su trabajo forma una especie de complemento del mío. Miro lo que hace y pienso me habría gustado hacerlo, pero no puedo. Y eso está bien. Creo que nuestros átomos estaban muy juntos en el momento del Big Bang y lo han seguido estando desde entonces (íbamos al mismo colegio, aunque la anagnórisis vino más tarde: los dos bebíamos cerveza bajo una noche de verano en Mazarrón, éramos jóvenes y ya estábamos locos). Ahora se produce una nueva coincidencia, una sincronía de esas que tanto gustaban a Jung y a Pauli. Yo escribo un post sobre el tacto y él me envía unas imágenes que forman parte de una serie: Belleza clásica torturada. Un título cojonudo, qué envidia. Yo las observo y me fascino. Pienso en La Venus rajada de Didi-Huberman, en su teoría de que la belleza mortecina de la Venus de Botticelli no puede entenderse sin las escenas salvajes de La historia de Natagio Degli Oreste. No creo que Dani haya leído ese libro, ni falta que hace. Sus antenas están bien dirigidas y captan el mensaje que él traduce a imágenes. La belleza es una apariencia, una actualización de una potencia que es víscera y carne. A poco que uno rasgue (y eso es lo que ha hecho Dani, rasgar las imágenes) la superficie de la belleza se encuentra con un cuerpo doliente. Daniel ha hurgado en las imágenes y ha encontrado la carne. Demuestra de este modo que una imagen es algo más que una superficie de dos dimensiones. Como Buñuel en la famosa escena de Un perro andaluz, Daniel le ha pasado la cuchilla a estas bellezas clásicas para mostrarnos lo que llevan dentro. Resulta curioso que estas imágenes me provoquen más espanto, me resulten más inquietantes que los cuerpos ‘reales’ carbonizados o desmembrados con los que a la sobremesa nos obsequia el telediario. Si hay una respuesta a ese asombro, creo que esa respuesta es el arte.







lunes, 14 de mayo de 2012

Metrónomo Coco Rocha

Hay algo en esta imagen. Bueno, como veis no es exactamente una imagen. Se trata de la modelo Coco Rocha, aunque podría ser cualquiera. De alguna manera es un trampantojo, una mezcla paradójica de imagen fija y archivo de vídeo, de frivolidad y trascendencia. Y está el reflejo en el espejo. Tiene algo de velazqueño esta imagen/movimiento. Podría usar esa pierna de metrónomo. Podría medir el tiempo contando el número de veces que esa pierna sube y baja. Me parece más razonable que medirlo usando segundos y minutos. ¿Qué es un segundo? Una abstracción insignificante. Todo lo contrario que esta pantorrilla, excitante e hipnótica.


viernes, 11 de mayo de 2012

Poema con incógnita

Me ha pasado una cosa curiosa, de esas cosas que parecen preparadas y que de tan reales se adivinan ficticias. Quería abrir un archivo con una breve poética que compuse hace poco y, por error, abrí otro cuyo título es prueba poesía google. Lo cortopego:


El X es un concepto universal relativo a la afinidad entre seres

X como X el X

Cartas de X

El X es muy importante en nuestras vidas

Todos queremos descubrir qué es el X

El verdadero X, no es el X propio, es el que consigue que el X se abra a las demás personas y a la vida

Entretenimiento y X sano

¿Qué es el X?


La verdad es que me he quedado desconcertado. Tener mala memoria siempre me pareció una especie de bendición. He leído el poema como si no fuera mío, sin reconocerlo. Y, en efecto, no es mío. Forma parte del proceso de investigación que llevó a Cadenas de Búsqueda, el libro de poesía que acaba de aparecer recientemente en El Desvelo. Lo que he reconocido es el modo de composición. La verdad es que me ha gustado, incluso antes de averiguar que yo lo había facturado (¿puedo usar la palabra facturado si hablo de un poema?). Eso debe ser bueno, supongo. En realidad el poema lo hizo el buscador de Google, yo solo seleccioné los resultados e hice la sustitución algebraca. Lamento no haber introducido este poema en el libro. Las razones por las que uno incorpora o no un poema a un libro de poemas son complejas, tanto que he debido de olvidarlo. La mala memoria siempre me pareció una especie de bendición. Sé que ya he escrito esa frase. La repito sencillamente para no olvidarla. Y ahora sí, ahora transcribo la poética que es lo que iba a hacer al principio:


Elaborar una poética es tan extraño como hacer que la luz vuelva sobre sí misma para iluminarse. Ocurre entonces una indeterminación. Si intento hablar acerca de lo que escribo surge la sombra. Pero la sombra es al fin y al cabo el perfil de la luz, su recorte, su forma visible. Describiremos la sombra, entonces. La existencia es un continuo y el lenguaje es un código discreto que intenta atraparlo. La arena y el cedazo, ya saben. El poema es un juicio sin acusados donde el juez y el testigo intercambian sus papeles y se confunden. El poema es un archivo con extensión .¿? que el lector debe desvelar. El poema está hecho para ser sucesivamente ampliado, para descubrir su pixelado. El lector debe convertir lo discreto del lenguaje de nuevo en la continuidad de la emoción. Un poema es un artefacto que transforma una onda en otra onda. Poeta y lector se convierten de este modo en estructuras resonantes.


Y la releo, y la aplico al poema anterior. Y me parece que debe ser cierta.


miércoles, 9 de mayo de 2012

El tacto


El tacto ha dejado de ser un modo de buscar y reclamar en los objetos la presencia. El tacto es el aquí, el centro de la esfera de lo íntimo. Si Apolo es el dios de la visión y la lejanía, el tacto es el tributo parcelario de Hestia. En la actualidad el tacto se ha reservado para el clickeo, para la pasión por la pantalla táctil, convertido en simulacro y parodia de la función a él encomendada. El tacto deviene, en contra de su destino, en una ausencia permanente, en una estrategia para evadirse de los objetos. Anhelamos la presencia y eso nos empuja –las manos extendidas- como polillas sedientas de luz hacia la pantalla. Y así nuestra piel se habitúa a esta mutación inmediata, al tránsito fulgurante de virtualidades, al intercambio de potencias que solo devienen acto por la taumaturgia de nuestra tarjeta de crédito (nunca como ahora abrimos con tanta pasión el buzón de correos, nunca gozamos de este modo acariciando un embalaje, saboreando por adelantado la promesa de su contenido, la demorada recompensa de tantas caricias en el botón izquierdo del mouse durante las derivas por ebay o amazon). Y andamos perdidos entre los seres, buscando un lugar donde acampar, una piel ajena, un en el que demorarnos.

Es por eso que los cuerpos se ofrecen como nunca antes a la vista. Cantidades ingentes de carne (escotes, muslos, espaldas, cinturas…). Es el tacto que reclama su territorio como el cactus del desierto sintetiza en su pulpa la nostalgia del vergel perdido. La carne se ofrece  allá donde uno mire; intocable, sin embargo. La carne es la tentación y la mirada se delecta, sucedánea de la caricia. Noli me tangere es el mensaje repetido y latente en un mundo que sin embargo está dispuesto a enseñarlo todo. Si acaso se produce el contacto este se resuelve en el sexo, condenado a extinguirse con la fugacidad con la que se vacía el agua de una clepsidra. La percolación de lo háptico adopta por tanto la forma de un espejismo, de una promesa siempre defraudada, de un oasis que, apenas aflora, desaparece, pues la evanescencia es un signo demasiado fuerte, el emblema triunfante de los tiempos.

domingo, 6 de mayo de 2012

SOS 4.8 (La pulsera)


Son las tres de la mañana y estoy en mi habitación de hotel de cuatro estrellas mordiendo mi pulsera del SOS 4.8 como un perro rabioso. La habitación huele de manera encantadora, como huelen las habitaciones de hoteles caros, como si en sus camas no durmiesen personas sino ángeles o vírgenes desnudas que hubiesen retozado sobre campos de lavanda y amapolas. Mi cama es de un tamaño descomunal. Más que una habitación doble es una habitación triple, es la habitación con la que sueñan los japoneses cuando fantasean con viajar a Europa. Europa es un sitio donde hay mucho  espacio y donde cada vez habrá más, ya lo verán. Y mientras tanto yo arranco las fibras de mi pulsera con mis caninos y mis incisivos. Y ahora recién comprendo el por qué de los caninos. Dios santo, gracias por estar en todo y haberme concedido caninos, aunque sean más bien pequeños. Los caninos están ahí para cuando una pulsera  VIP de un festival se cierra sobre tu muñeca y amenaza con provocarte una gangrena. Creo sentir ahora lo que siente un perro que tira atado a una cadena, lo que siente un zorro que cae atrapado en un cepo. Soy un animal, soy una alimaña atrapada por su pulsera VIP AA, una doble A estampada que parece una calificación de una agencia de rating. Pero yo quiero liberarme. La mano se amorata y yo sigo mordiendo la pulsera, semidesnudo, frente al espejo del baño. Hace unas horas había admirado el suelo de pizarra, la bañera y la ducha con hidromasaje, pero ahora solo podía pensar en sacarme aquella maldita pulsera. Miro mi reflejo en el espejo y veo un animal herido que empieza a sudar bajo la luz de los focos. Si tu conciencia de clase te avergüenza, arráncatela. Es un pensamiento que me viene a la cabeza. Los pensamientos son así, vienen por sí solos sin necesidad de llamarlos. Pienso que los espejos de los baños de los hoteles ofrecen una imagen diferente de la habitual, que nuestra imagen, la que tenemos en la cabeza, es la imagen del espejo de nuestro baño. Hay espejos de hoteles que afean y otros que embellecen. Los espejos de los hoteles son como la mirada de una mujer, uno se acerca a ellos sin saber muy bien con qué se encontrará ahí delante. Sigo mordiendo, avanzo muy lentamente. Pienso que podría bajar a la recepción y pedir unas tijeras, pedir que me liberen. Pero es ridículo. Esto es personal, es algo entre la pulsera del SOS 4.8 y yo. Siempre debe ser uno el que se libera a sí mismo. Muerdo la anilla que sella la cinta alrededor de la muñeca. Siento el sabor del plástico. Nada. Sigo atrapado. Entonces cojo el encendedor y coloco el peine obsequio del hotel entre mi muñeca y la cinta. Estoy orgulloso de mi idea. Siento que mi cerebro funciona. Estoy en sintonía con él. Me gusta cuando mi cerebro se pone al servicio de mi cuerpo, cuando mi cerebro piensa en la liberación y pone todos los medios a su alcance para conseguirla. Prendo el encendedor. Sale un poco de humo. Menos de lo que esperaba. Abro el grifo por si en algún momento tengo que colocar la muñeca bajo el agua, por si el plástico del peine arde y con él la piel blanquísima y delicada de mi muñeca. Hay que estar preparado. Pero el peine aguanta. El peine es de una calidad excelente. El peine tiene una cualidad ignífuga y eso me salva. La cinta cede. Giro el peine haciendo torniquete y la cinta al fin se rompe. Soy un hombre libre. Y con esa sensación de libertad me meto en la cama. Y me duermo.

sábado, 28 de abril de 2012

SOS 4.8

El fin de semana que viene estaré en el apartado de VOCES del festival SOS 4.8 junto a Miguel Ángel Hernández Navarro, Agustín Fernández Mallo y Eloy Fernández Porta. Hablaremos de Fringe, de Lost y de lo que se tercie, que será bastante. Solo lamento perderme a los chicos de Museo Coconut que estarán haciendo de las suyas -más o menos- a la misma hora.

jueves, 5 de abril de 2012

Por fin, lo que todos los críticos andaban buscando. Un criterio (birlado a las matemáticas) para valorar la calidad literaria.

Leí hace unos días dos libros de Alpha Decay, Trilobites, de Breece D’J Pancake y En época de monstruos y catástrofes de Camille de Toledo. Los dos me gustaron, uno más que otro. Me pongo a pensar por qué me gusta uno más que el otro y me lleno de dudas. Estoy seguro de que hace veinte o diez años mi elección habría sido la contraria. Me habría decantado por el libro de de Toledo porque parece más arriesgado y más desestructurado y su temática es más moderna y todo eso. Pero hoy, a cinco de abril de 2012, me decanto por la obra de Pancake. Creo que las preferencias (de todo tipo y, en particular, las literarias) tienen que ver con eso que en probabilidad se llama la ley de los grandes números. La ley de los grandes números dice que si un experimento aleatorio se repite infinitas veces la probabilidad de que ocurra un suceso (a posteriori) coincide con la probabilidad teórica (a priori). Dicho a la pata la llana, lo que dice esta ley es que las posibilidades se reparten equitativamente a lo largo del tiempo y que las malas (o buenas) rachas se acaban compensando con sus respectivas buenas (o malas) rachas. La ley de los grandes números certifica que el universo es justo, que no está trucado, que todo lo que sube baja y viceversa, que una cosmología es siempre un juego de suma cero. Lo malo es que las malas rachas pueden durar mucho tiempo y que tal vez la mudanza no nos pille vivos para verla y disfrutarla. La ley de los grandes números es así, justa y conservadora, como la mayoría del Constitucional, si descartamos el truco de las cuotas políticas. Qué le vamos a hacer si así es como funciona el universo y la ontología.

Y qué tiene que ver todo esto con los gustos literarios, se preguntará más de uno, y no sin razón. Me explico. Después de muchos años leyendo y escribiendo tengo una cosa clarísima, una certeza a la que soy fiel más que nada porque no tengo otras con las que engañarla. Y esta certeza tiene que ver con que un libro es tanto más perfecto cuanto más se acerca al vacío, que reconozco que es una frase enigmática bajo la cual puede camuflarse cualquier cosa, para empezar la ignorancia. Me sigo explicando. Llamo vacío precisamente al objetivo que pretende el tiempo, que es compensar unos entes con otros (algo de lo que ya habló Anaximandro) para que al final solo quede la insignificancia que es el estado natural de las cosas, algo que produce en el lector un efecto de melancolía y de satisfacción al mismo tiempo y, propter hoc, de haber comprendido no el engranaje, sino el eje alrededor del cual gira el universo.

Un buen texto sería así la metáfora de una ecuación como la siguiente:

1-1=0

pero con muchos términos que parecen sumarse o restarse y en realidad acaban compensándose y donde esos términos son paisajes y psiques y acciones y modos de hacer y pensar. Y creo firmemente que detrás del libro de Pancake, al otro lado del signo de igualdad, hay un cero perfecto y hermoso, mientras que el libro de Camille no lo consigue; que, pese a todos sus méritos, En época de monstruos y catástrofes es un texto trucado de modo que si uno lo abre por una página al azar casi siempre sale el mismo número. O a lo mejor todo esto que digo es una tontería y una coartada discursiva para justificar que me hago mayor. Cualquiera sabe.