sábado, 26 de mayo de 2012

Dos cúspides

De lo que llevo leído este año no me cabe duda de que hay dos libros que destacan de modo  impepinable sobre el resto, cada cual diverso del otro, como las dos cúspides simétricas del Olimpo. Estos son El perseguido, de Daniel Guebel, recientemente reeditado por El Desvelo, y El libro uruguayo de los muertos, sin lugar a dudas la mejor obra de Mario Bellatin, publicado en Sexto Piso.



Os dejo aquí un fragmento de El perseguido:


“Rompí con mi grupo, entré en una empresa de agentes de la Bolsa, conocí todas las variables de la economía y terminé armando mi propio emporio. El negocio de la especulación monetaria es una gran fachada montada sobre la nada, allí estriba su atracción. Para la mayoría de las personas sólo lo ilusorio es cierto. Me convertí en un financista próspero, un experto en apoderarme del dinero ajeno. Fundé falsas sociedades mixtas, organicé fondos de inversión, trafiqué bonos basura, compré deuda externa, papeles de pensión. Cada una de mis operaciones arruinó a cientos, miles de personas.”

¿Cínico? ¿Contradictorio? No.

“Al crearles por la vía del despojo una evidencia de la injusticia de las relaciones sociales, a estos pobres infelices, mis víctimas, les generé las condiciones objetivas de existencia de su conciencia de clase y corté de cuajo con la posibilidad de que siguieran interpretando falsamente su situación. ¿Qué buscaba con esto? ¡Mi sueño era una obra maestra de la didáctica dialéctica! ¡Yo quería morir fusilado por mis revolucionarios el día de la toma del Poder! Pero algo salió mal. Los Aparatos del Estado funcionan: mis éxitos financieros me habían vuelto famoso y los medios conservadores aprovecharon para convertirme en el emblema del progreso. Yo salía en las tapas de las revistas, Holas y Caras me exponían como un ejemplo de la dinámica capitalista. Encima, mis explotados querían ser como yo. ¡Luché como nadie para resistir ese triunfo paradojal! Pero el capitalismo era más fuerte. Y  además, cometí otro error: en mi condición modélica me sentía invulnerable y bajé las guardia justo cuando los ojos de la mosca de los Organismos de Inteligencia se posaban sobre mí.”

jueves, 17 de mayo de 2012

Bellezas clásicas torturadas


A Daniel Martínez Pérez lo conozco desde hace mucho, mucho tiempo. Siempre me ha interesado su obra, la obra de alguien que aparentemente no la tiene porque no ha sido –apenas- expuesto, ni –apenas- proyectado, ni –apenas- escuchado. Y es que Daniel despliega su talento en diversas disciplinas. A Daniel lo conocí cuando formamos nuestro grupo de música: La Tragedia (Joaquín al bajo, Dani a la guitarra y yo voz y letra). En él está inspirado Gabi, el personaje de mi primera novela Buscando batería. Luego (después de nuestra historia en el grupo) descubrí que escribía. Y luego, más tarde, que dibujaba. Daniel realizó el mediometraje que se inspiró en mi libro de poesía Cortes publicitarios. Cuando le propuse la idea de hacer una adaptación visual él me respondió que ya había pensado en ello. No me extrañó lo más mínimo. Daniel es una de esas pocas personas con las que guardo una afinidad artística que roza el ciento por ciento. Casi todo lo que hace me habría gustado hacerlo a mí. Esto sería intolerable si no fuésemos amigos. Lo bueno es que él hace cosas que yo no hago habitualmente, de modo que su trabajo forma una especie de complemento del mío. Miro lo que hace y pienso me habría gustado hacerlo, pero no puedo. Y eso está bien. Creo que nuestros átomos estaban muy juntos en el momento del Big Bang y lo han seguido estando desde entonces (íbamos al mismo colegio, aunque la anagnórisis vino más tarde: los dos bebíamos cerveza bajo una noche de verano en Mazarrón, éramos jóvenes y ya estábamos locos). Ahora se produce una nueva coincidencia, una sincronía de esas que tanto gustaban a Jung y a Pauli. Yo escribo un post sobre el tacto y él me envía unas imágenes que forman parte de una serie: Belleza clásica torturada. Un título cojonudo, qué envidia. Yo las observo y me fascino. Pienso en La Venus rajada de Didi-Huberman, en su teoría de que la belleza mortecina de la Venus de Botticelli no puede entenderse sin las escenas salvajes de La historia de Natagio Degli Oreste. No creo que Dani haya leído ese libro, ni falta que hace. Sus antenas están bien dirigidas y captan el mensaje que él traduce a imágenes. La belleza es una apariencia, una actualización de una potencia que es víscera y carne. A poco que uno rasgue (y eso es lo que ha hecho Dani, rasgar las imágenes) la superficie de la belleza se encuentra con un cuerpo doliente. Daniel ha hurgado en las imágenes y ha encontrado la carne. Demuestra de este modo que una imagen es algo más que una superficie de dos dimensiones. Como Buñuel en la famosa escena de Un perro andaluz, Daniel le ha pasado la cuchilla a estas bellezas clásicas para mostrarnos lo que llevan dentro. Resulta curioso que estas imágenes me provoquen más espanto, me resulten más inquietantes que los cuerpos ‘reales’ carbonizados o desmembrados con los que a la sobremesa nos obsequia el telediario. Si hay una respuesta a ese asombro, creo que esa respuesta es el arte.







lunes, 14 de mayo de 2012

Metrónomo Coco Rocha

Hay algo en esta imagen. Bueno, como veis no es exactamente una imagen. Se trata de la modelo Coco Rocha, aunque podría ser cualquiera. De alguna manera es un trampantojo, una mezcla paradójica de imagen fija y archivo de vídeo, de frivolidad y trascendencia. Y está el reflejo en el espejo. Tiene algo de velazqueño esta imagen/movimiento. Podría usar esa pierna de metrónomo. Podría medir el tiempo contando el número de veces que esa pierna sube y baja. Me parece más razonable que medirlo usando segundos y minutos. ¿Qué es un segundo? Una abstracción insignificante. Todo lo contrario que esta pantorrilla, excitante e hipnótica.


viernes, 11 de mayo de 2012

Poema con incógnita

Me ha pasado una cosa curiosa, de esas cosas que parecen preparadas y que de tan reales se adivinan ficticias. Quería abrir un archivo con una breve poética que compuse hace poco y, por error, abrí otro cuyo título es prueba poesía google. Lo cortopego:


El X es un concepto universal relativo a la afinidad entre seres

X como X el X

Cartas de X

El X es muy importante en nuestras vidas

Todos queremos descubrir qué es el X

El verdadero X, no es el X propio, es el que consigue que el X se abra a las demás personas y a la vida

Entretenimiento y X sano

¿Qué es el X?


La verdad es que me he quedado desconcertado. Tener mala memoria siempre me pareció una especie de bendición. He leído el poema como si no fuera mío, sin reconocerlo. Y, en efecto, no es mío. Forma parte del proceso de investigación que llevó a Cadenas de Búsqueda, el libro de poesía que acaba de aparecer recientemente en El Desvelo. Lo que he reconocido es el modo de composición. La verdad es que me ha gustado, incluso antes de averiguar que yo lo había facturado (¿puedo usar la palabra facturado si hablo de un poema?). Eso debe ser bueno, supongo. En realidad el poema lo hizo el buscador de Google, yo solo seleccioné los resultados e hice la sustitución algebraca. Lamento no haber introducido este poema en el libro. Las razones por las que uno incorpora o no un poema a un libro de poemas son complejas, tanto que he debido de olvidarlo. La mala memoria siempre me pareció una especie de bendición. Sé que ya he escrito esa frase. La repito sencillamente para no olvidarla. Y ahora sí, ahora transcribo la poética que es lo que iba a hacer al principio:


Elaborar una poética es tan extraño como hacer que la luz vuelva sobre sí misma para iluminarse. Ocurre entonces una indeterminación. Si intento hablar acerca de lo que escribo surge la sombra. Pero la sombra es al fin y al cabo el perfil de la luz, su recorte, su forma visible. Describiremos la sombra, entonces. La existencia es un continuo y el lenguaje es un código discreto que intenta atraparlo. La arena y el cedazo, ya saben. El poema es un juicio sin acusados donde el juez y el testigo intercambian sus papeles y se confunden. El poema es un archivo con extensión .¿? que el lector debe desvelar. El poema está hecho para ser sucesivamente ampliado, para descubrir su pixelado. El lector debe convertir lo discreto del lenguaje de nuevo en la continuidad de la emoción. Un poema es un artefacto que transforma una onda en otra onda. Poeta y lector se convierten de este modo en estructuras resonantes.


Y la releo, y la aplico al poema anterior. Y me parece que debe ser cierta.


miércoles, 9 de mayo de 2012

El tacto


El tacto ha dejado de ser un modo de buscar y reclamar en los objetos la presencia. El tacto es el aquí, el centro de la esfera de lo íntimo. Si Apolo es el dios de la visión y la lejanía, el tacto es el tributo parcelario de Hestia. En la actualidad el tacto se ha reservado para el clickeo, para la pasión por la pantalla táctil, convertido en simulacro y parodia de la función a él encomendada. El tacto deviene, en contra de su destino, en una ausencia permanente, en una estrategia para evadirse de los objetos. Anhelamos la presencia y eso nos empuja –las manos extendidas- como polillas sedientas de luz hacia la pantalla. Y así nuestra piel se habitúa a esta mutación inmediata, al tránsito fulgurante de virtualidades, al intercambio de potencias que solo devienen acto por la taumaturgia de nuestra tarjeta de crédito (nunca como ahora abrimos con tanta pasión el buzón de correos, nunca gozamos de este modo acariciando un embalaje, saboreando por adelantado la promesa de su contenido, la demorada recompensa de tantas caricias en el botón izquierdo del mouse durante las derivas por ebay o amazon). Y andamos perdidos entre los seres, buscando un lugar donde acampar, una piel ajena, un en el que demorarnos.

Es por eso que los cuerpos se ofrecen como nunca antes a la vista. Cantidades ingentes de carne (escotes, muslos, espaldas, cinturas…). Es el tacto que reclama su territorio como el cactus del desierto sintetiza en su pulpa la nostalgia del vergel perdido. La carne se ofrece  allá donde uno mire; intocable, sin embargo. La carne es la tentación y la mirada se delecta, sucedánea de la caricia. Noli me tangere es el mensaje repetido y latente en un mundo que sin embargo está dispuesto a enseñarlo todo. Si acaso se produce el contacto este se resuelve en el sexo, condenado a extinguirse con la fugacidad con la que se vacía el agua de una clepsidra. La percolación de lo háptico adopta por tanto la forma de un espejismo, de una promesa siempre defraudada, de un oasis que, apenas aflora, desaparece, pues la evanescencia es un signo demasiado fuerte, el emblema triunfante de los tiempos.

domingo, 6 de mayo de 2012

SOS 4.8 (La pulsera)


Son las tres de la mañana y estoy en mi habitación de hotel de cuatro estrellas mordiendo mi pulsera del SOS 4.8 como un perro rabioso. La habitación huele de manera encantadora, como huelen las habitaciones de hoteles caros, como si en sus camas no durmiesen personas sino ángeles o vírgenes desnudas que hubiesen retozado sobre campos de lavanda y amapolas. Mi cama es de un tamaño descomunal. Más que una habitación doble es una habitación triple, es la habitación con la que sueñan los japoneses cuando fantasean con viajar a Europa. Europa es un sitio donde hay mucho  espacio y donde cada vez habrá más, ya lo verán. Y mientras tanto yo arranco las fibras de mi pulsera con mis caninos y mis incisivos. Y ahora recién comprendo el por qué de los caninos. Dios santo, gracias por estar en todo y haberme concedido caninos, aunque sean más bien pequeños. Los caninos están ahí para cuando una pulsera  VIP de un festival se cierra sobre tu muñeca y amenaza con provocarte una gangrena. Creo sentir ahora lo que siente un perro que tira atado a una cadena, lo que siente un zorro que cae atrapado en un cepo. Soy un animal, soy una alimaña atrapada por su pulsera VIP AA, una doble A estampada que parece una calificación de una agencia de rating. Pero yo quiero liberarme. La mano se amorata y yo sigo mordiendo la pulsera, semidesnudo, frente al espejo del baño. Hace unas horas había admirado el suelo de pizarra, la bañera y la ducha con hidromasaje, pero ahora solo podía pensar en sacarme aquella maldita pulsera. Miro mi reflejo en el espejo y veo un animal herido que empieza a sudar bajo la luz de los focos. Si tu conciencia de clase te avergüenza, arráncatela. Es un pensamiento que me viene a la cabeza. Los pensamientos son así, vienen por sí solos sin necesidad de llamarlos. Pienso que los espejos de los baños de los hoteles ofrecen una imagen diferente de la habitual, que nuestra imagen, la que tenemos en la cabeza, es la imagen del espejo de nuestro baño. Hay espejos de hoteles que afean y otros que embellecen. Los espejos de los hoteles son como la mirada de una mujer, uno se acerca a ellos sin saber muy bien con qué se encontrará ahí delante. Sigo mordiendo, avanzo muy lentamente. Pienso que podría bajar a la recepción y pedir unas tijeras, pedir que me liberen. Pero es ridículo. Esto es personal, es algo entre la pulsera del SOS 4.8 y yo. Siempre debe ser uno el que se libera a sí mismo. Muerdo la anilla que sella la cinta alrededor de la muñeca. Siento el sabor del plástico. Nada. Sigo atrapado. Entonces cojo el encendedor y coloco el peine obsequio del hotel entre mi muñeca y la cinta. Estoy orgulloso de mi idea. Siento que mi cerebro funciona. Estoy en sintonía con él. Me gusta cuando mi cerebro se pone al servicio de mi cuerpo, cuando mi cerebro piensa en la liberación y pone todos los medios a su alcance para conseguirla. Prendo el encendedor. Sale un poco de humo. Menos de lo que esperaba. Abro el grifo por si en algún momento tengo que colocar la muñeca bajo el agua, por si el plástico del peine arde y con él la piel blanquísima y delicada de mi muñeca. Hay que estar preparado. Pero el peine aguanta. El peine es de una calidad excelente. El peine tiene una cualidad ignífuga y eso me salva. La cinta cede. Giro el peine haciendo torniquete y la cinta al fin se rompe. Soy un hombre libre. Y con esa sensación de libertad me meto en la cama. Y me duermo.