martes, 30 de junio de 2009

Las uñas de Deleuze



Siempre me ha resultado inquietante el aspecto de las uñas de ese enorme pensador del siglo XX, de plena actualidad en el XXI, que es Gilles Deleuze. Sorprenden en medio de la pulcritud del ambiente académico esas uñas larguísimas que convierten la mano del filósofo casi en una garra. He oído y leído varias explicaciones al respeto, desde la filosófica (una evidencia del deseo de Deleuze de 'devenir' animal -animal filosófico-) hasta la médica (las yemas de los dedos de Deleuze eran hipersensibles. El contacto con cualquier objeto le causaba un dolor insoportable. Las uñas serían, por tanto, una manera de protegerse de ese mundo exterior que lo hacía sufrir a través del sentido del tacto, un sentido, por otra parte, que reivindicaba una y otra vez en su filosofía). Otra explicación que se me ocurre es que Deleuze fuese en realidad un vampiro, una criatura que no se reflejaba en el espejo. Un anhelo que Deleuze compartía con esa otra criatura vampírica que es Borges. Ambos rechazaban el doble. En ese caso yo ya soy uno de ellos (hace tiempo que me dejé morder por ambos hasta el tuétano). Esto es un aviso. Ándense con @jo.

miércoles, 24 de junio de 2009

Bye, bye, kodachrome



La compañía Kodak acaba de anunciar que dejará de fabricar su famoso carrete de color, el kodachrome, debido al escaso número de ventas. Escuché la noticia esta mañana y no pude evitar que un cierto aire de nostalgia acabase empapando la madalena del desayuno. El kodachrome se convertirá sin duda en una pieza más de museo pero, antes de que esto ocurra, prometo acudir a una tienda de fotografía para hacerme con un último carrete. Es inevitable pensar en lá última fotografía que alguien haga usando uno de esos kodachrome, algo así como el último ejemplar de una especie antes de su definitiva extinción. ¿Quién la hará? ¿Cuál será el motivo? Sin duda esa última fotografía debería ser precisamente la de un kodachrome. Prometo, ya he dicho, hacerme con uno de ellos para colocarlo en mi particular tokoma. De vez en cuando lo tomaré entre mis manos como a una vértebra de tiranosaurio, encenderé junto a él una varilla de incienso, como haría con la imagen de un dios -otro más- extinto, de un abismado buda de lo analógico.

lunes, 15 de junio de 2009

Diagnóstico clínico-político

Estoy convencido. La derecha es paranoica y la izquierda es neurótica. Para la derecha la culpa siempre es del otro. La izquierda tiende a autoinculparse (¿no lo habré hecho mal? ¿no tendrá razón, al fin y a la postre, la derecha?). El examen de conciencia es de izquierdas. El dedo acusador es de derechas. El sentimiento de pertenencia pertenece (valga la redundancia) a la derecha. Este es de los míos, no importa que sea honrado o que delinca, se dice la derecha; y con esta frase exculpa a los desmandados. Yo no soy, al fin y a la postre, de los míos, es una frase que se repite el de izquierdas respecto a la tribu que lo cobija; de ahí su sentimiento permanente de exiliado. Ése es el motivo por el que el cambio de filas o las matizaciones ideológicas se produzcan con mayor frecuencia del lado de la izquierda. Porque alguien de derechas nunca se equivoca.

Como pueden ver, la estupidez es lo único que se reparte alíquotamente entre ambos bandos.

jueves, 11 de junio de 2009

Feria del libro de Madrid

Mañana estaré firmando ejemplares de Click en la caseta número 20 de la Feria del libro de Madrid, de seis a ocho de la tarde. Estaré encantado de saludar a todo el que pase por allí.

martes, 9 de junio de 2009

Se me olvidó que te olvidé

Un sujeto es un dispositivo
de almacenamiento
de memoria y olvido



Me parece que hay una componente en el ámbito de la creación que tiende a pasar desapercibida, sobre todo en estos tiempos donde la creación acontece a ritmo de información ("antes creábamos desde el conocimiento, ahora desde la información", A. F. Mallo). Me refiero al olvido. O, en otras palabras: se nos olvida el olvido. Estoy convencido de que todas las estrategias (sean artísticas o tecnológicas) que tienden a obliterar el olvido tienen una componente (casi siempre inconsciente) de neoplatonismo. Ya conocemos la objeción platónica acerca de la escritura. La escritura promovería el olvido de los saberes, que quedarían -una vez convertidos en escritura- reducidos a mero archivo, restando autonomía al ser humano. De ahí a su crítica republicana de los poetas hay sólo un paso. Era Petrarca el que distinguía entre dos tipos de poetas, el poeta hormiga y el poeta abeja. El primero se dedicaba a recopilar materiales heterogéneos que agrupaba hasta lograr algo semejante a un centón. El segundo era capaz de asimilar dichos materiales y obrar a partir de ellos la metamorfosis, el cambio cualitativo que va del polen a la miel -literaria, en el caso que nos ocupa-. El sujeto creador no puede ser -no solamente- un acaparador de citas, un maestro de intertextualidades, so pena de caer en cierto autismo creativo (¿no es el autista, acaso, como el Funes del cuento de Borges, aquel que no puede olvidar, que recuerda listados y nombres absurdos a los que no puede dotar de sentido?). Un sujeto no es sólo alguien que recuerda sino, fundamentalmente, 'algo' que olvida, que entiende que cada instante, que cada lectura, tiene algo de inapresable. La subjetividad se muestra, entre otras cosas, por su capacidad de rescatar las percepciones e impresiones del olvido. Las sensaciones y emociones difieren poco de una persona a otra (la vida, para bien o para mal, no ofrece demasiadas variables al respecto). Lo que diferencia a un sujeto de otro, a un creador de otro, es su manera de traer al presente los materiales caídos en el olvido. El olvido -mejor no olvidarlo- es, pues, el mayor garante de la diferencia. Es gracias al olvido que dichos materiales pueden confundirse, malentenderse, entremezclarse y entrar en la extraña combinatoria (casi siempre inconsciente) de la que surgirá el acto creativo. Esa miel de la que hablaba Petrarca.

martes, 2 de junio de 2009

Quod erat demostrandum II

-Miente, dijo el comisario.

-¿Y cómo puede estar tan seguro?

-Mira, Lucas, la realidad es una sustancia plástica, deformable hasta el infinito. Un buen interrogador siempre es capaz de descubrir cuándo miente un testigo. Por mucha imaginación que tenga, llega un momento en el que se descubre el pastel. Sólo es necesario dejarlo hablar, que desgrane la trama del relato, mientras asentimos en silencio. Luego debemos indagar acerca de los detalles. Algo de lo que el interrogado también, quizás, salga airoso. Si ocurre esto, entonces debemos acudir a los detalles más nimios. Quiero decir olores, colores, impresiones subjetivas, el grano fino de la realidad, aquello que sólo es accesible a través de una lente potente. Pueden excusarse, quizás, en el olvido, en la falta de atención en un momento como aquél. Por ahí empezarán a desmoronarse. La realidad posee un carácter continuo. Cada instante puede ampliarse. La ficción, sin embargo, es discreta, discontinua. Por mucha literatura que usen los escritores, por muchas bibliotecas que construyamos para contener sus libros, jamás podrán agotar la realidad de un sólo instante. El falso testigo narra, Lucas. La verdad acontece.

-Eso me recuerda a la paradoja de Zenón. A la razón le resulta imposible demostrar que Aquiles acabe atrapando a la tortuga. Y sin embargo ocurre.

-Exactamente, Lucas. Lo cual sólo confirma que la razón miente.