martes, 23 de noviembre de 2010

El juego de los errores

Kike se pone especialmente nervioso en los supermercados. Recorre los pasillos y se detiene ante los stands donde se amontonan las mercancías. Le fascina la aglomeración de objetos idénticos. Sin ser consciente de ello le inquieta la reproducción de un mismo producto, algo que no tiene parangón en la naturaleza, salvo en el caso extraordinario de los gemelos. Los árboles de un bosque o los granos de arena no cuentan porque la proliferación tiene en este caso un objetivo claro: la configuración de un paisaje. Pero lo que ve Kike no es un paisaje, lo que ve Kike es la réplica serial, el instinto de copia gozosamente satisfecho, la intríngulis del arte moderno. Y a ello achaca su fascinación y su desconcierto. Lo que no sabe Kike es que su agitación interna y externa no se debe a la identidad sino a la diferencia, al infinitesimal matiz que separa a una lata de Coca Cola de la contigua, de una lata de sardinas de la que descansa sobre ella, un matiz que se resistiría al mayor experto en el juego de los errores. La suma de esos infinitesimales, de esos perceptos imperceptibles, como teorizara Leibniz, acaba congregándose en un acto, en un gesto involuntario, alevín que sortea la red de la conciencia. Kike, paciente agregado de mónadas, mueve los labios y canturrea frente al stand de fabada asturiana.



4 comentarios:

Granito dijo...

Adoro la fabada..., después de las alubias de Tolosa claro está.

diana moreno dijo...

estupenda entrada

Vicente Luis Mora dijo...

Muy bueno, Javier.

hautor dijo...

Gracias, Diana. Gracias, Vicente. Da gusto saber que hay alguien al otro lado. Y más si ese alguien disfruta.