viernes, 25 de febrero de 2011

Ida y vuelta



La videovigilancia posee un doble movimiento, uno centrífugo y otro centrípeto. El centrípeto: La diversidad del mundo adquiere unidad en la forma de un objetivo (la cámara o el ojo del vigilante) atento a nuestros movimientos, al contenido de nuestro equipaje o nuestra conciencia. Resulta en cierta medida placentero ser objeto de atención, dejar de ser onda (un fulano que trabaja y compra y duerme y desayuna tomates raft con aceite de variedad arbequina) para devenir corpúsculo bajo la lente monitorizada del vigilante. Estoy aquí, soy vuestro, tras miles de años de evolución y selección genética, éste es mi cuerpo, al alcance de la más moderna tecnología. El vigilado se presta a la vigilancia con la docilidad encubierta de un Edipo que quiere saber quién es en realidad. En lugar de ‘conócete a ti mismo’: ‘me conozco a través de vuestra mirada’. Durante unos segundos nuestra inocencia queda en suspenso. Bajo la lente vigilante todos somos potenciales criminales. A quién no le resulta excitante sentirse criminal al menos durante un momento. Casi tan emocionante como la posterior absolución en forma de ‘puede usted tomar su equipaje y seguir adelante’, ‘puede seguir conduciendo, está claro que no ha bebido’, ‘puede seguir apreciando el arte de estos cuadros ya que no parece querer llevarse a casa ninguno de ellos’. El centrífugo: el cuerpo captado por la cámara se desmaterializa. Un paseo por una calle de Madrid puede convertirse en un espectáculo gratificante para un antípoda sentado frente a su ordenador cansado de sortear con su pick up a los canguros. Nuestra imagen viaja a velocidad lumínica a través de cables de fibra, en un viaje de ida y vuelta hacia los satélites artificiales. El cuerpo se resuelve en ubicuidad, deja de ser material para convertirse en pura energía (el máximo exponente de esta transformación sería la estrella pornográfica) y, por tanto, se espiritualiza.

1 comentario:

María José Blanco dijo...

Sí, aquí en Madrid estamos todos espiritualizados poseemos un don de la ubicuidad que ya lo quisieran para sí algunos dioses.

Una amiga mía cuando ve a la policía- omnipresente- ya dice
¡la pasma, la pasma¡ Muy emocionante esta nueva experiencia identitaria.

Saludos no rivereños