domingo, 16 de diciembre de 2007
Lo que viene siendo un experto
Merece la pena analizar una de esas palabras que tanto aparecen en la actualidad. Como tantas otras, basta con dedicarles un minuto de nuestro tiempo para descubrir el más absoluto vacío, la superlativa insignificancia que las sostiene. Hablamos del "experto". ¿Quién es un experto? Pues, naturalmente, alguien que se supone que sabe mucho de algo y que cobra por afirmarlo dentro y fuera de los medios de comunicación, una vez tras otra. Aunque hay expertos de todo tipo, lo más corriente es que sean pedagogos o psicólogos (el clero secularizado que nos tocó en estos tiempos). El experto suele tener tras él una organización o un club o un observatorio (otra palabra a la que habrá que dedicar atención en un futuro post) que lo mantiene y desde cuya poltrona juzga los asuntos mundanos que nos afectan a todos. Normalmente no lo dicen, pero a los expertos les encanta que su asuntillo se ponga de moda, momento que suelen aprovechar para reclamar una subvención o para ponerse al frente de la cruzada mediática (o para ambas cosas). Hay centenares de ejemplos de expertos que podríamos traer aquí a colación, pero ninguno tan relevante como el de Álvaro Marchesi, ese psicólogo que pergeñó la LOGSE y que desde su cátedra de experto dictaminó muy expertamente que todo nuestro sistema estaba pero que muy mal y que ha conseguido llevarnos a las cloacas del informe PISA. Gracias, Álvaro. Como la cosa funcionó tan bien, Don Álvaro se ha empeñado en modificar el sistema educativo de toda Sudamérica, tomando como punto de apoyo su cargo en la OEI. Si a ustedes les (pre)ocupa algo (la vida de las cucarachas, con qué pie debería uno adentrarse en un paso de peatones, el aceite de avellanas, etc) no duden en convertirse en unos expertos. Quizás, a partir de entonces, consigan llamar la atención de su alcalde, de su presidente. No desesperen.
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