domingo, 14 de septiembre de 2008

La noche en blanco

Veo a cientos, a miles de personas caminando por el asfalto, ocupando el espacio que normalmente transitan los coches. Uno tiende a pensar en una manifestación, pero lo descarta de inmediato. Los transeúntes se desplazan en todas direcciones, ayunos de ese poderoso y único imán que congrega a los manifestantes. Los paseantes ocupando las calles recuerdan a ciertos paisajes apocalípticos aportados por la ficción cinematográfica y literaria. Sólo que la gente va bien vestida, y nada en sus rostros delata la alarma de la posible catástrofe. Caminamos buscando algo, el espectáculo prometido. Nos dijeron que esta noche era especial, que las calles y los edificos emblemáticos se llenarían de luz y actuaciones sorprendentes. Pero sólo encontramos luces apagadas y, tras las puertas cerradas, el vacío de los vestíbulos. Sin embargo seguimos caminando, como si efectivamente tras nuestros pasos aguardase un destino, una tierra prometida que justificase el esfuerzo, escondiendo tras una sonrisa la desorientación que supone el fracaso repetido, el espectáculo -éste sí- repetido de la nada. Querríamos preguntar a ese viandante hacia dónde se dirige. De hecho, lo seguimos a través de dos o tres calles. Lo abandonamos en una esquina, cuando nos convencemos de que su paseo es tan errático como el nuestro. Y regresamos a casa, seguros de que en realidad debía ser así. Que ésta ha sido la auténtica noche en blanco.

1 comentario:

Tucuman 846 dijo...

Como tantas otras, como tantas otras... noches por las calles semivacías de Madrid que se vuelven tumultuosas también junto a la diosa Cibeles, noches de puertas cerradas (otras veces son los bares), noches de paseos infructusos. Noches en blanco. Bienvenidos a la propaganda más maravillosa del planeta, de la ciudad que nunca duerme.