domingo, 21 de noviembre de 2010

The dreams you left behind

Esta semana conocí a Micah P. Hinson. Mis amigos saben que mi nivel de mitomanía es ínfimo. Suelo admirar muchísimo más a las obras que a los creadores que las han producido. Creo que nunca he hecho cola para que un escritor me firme un libro. Si un escritor quiere dedicarme un libro, pues bien, y si no, también. Pero siempre hay una primera vez. Micah P. Hinson no estaba encima de un escenario sino que presentaba un libro: "No voy a salir de aquí" (Alpha Decay). Me pareció un tipo estupendo. Su mujer estaba allí, sentada entre el público. Escondía su hermoso rostro bajo una bufanda gris que habría salvado del frío a media docena de soldados en la campaña napoleónica. De vez en cuando, sin embargo, bajaba la bufanda y ayudaba en las respuestas a Micah. Me fijé en sus mejillas coloradas y en lo feliz que parecía de estar allí acompañando a su marido. Micah también estaba contento. Micah tiene sentido del humor, aunque mi pésimo inglés me impidiera captar el sentido de muchas de sus palabras. Micah dijo que publicar un libro era mejor que cantar en un escenario. Yo no lo sé. Nunca he cantado en un escenario. Cuando cantaba lo hacía delante de unos pocos amigos, en el almacén abandonado de una carpintería. Pero me pareció sincero. Cuando llegó mi turno le dije que me alegraba de conocerle y que yo había escrito un relato titulado igual que uno de sus discos y que me habría gustado que me dedicara el libro donde estaba ese relato. Le hizo mucha ilusión eso, lo de que un español hubiese escrito un relato titulado The baby and the satellite. Escribió en su libreta el nombre de mi libro y prometió buscarlo al día siguiente. Naturalmente, me dedicó el suyo. Le di la mano a Micah y a su mujer. Me habría gustado decirle más cosas. Como por ejemplo que, exceptuando a Leonard Cohen, es el único cantautor (song writer, digamos) al que puedo escuchar. Ni siquiera al bueno de Dylan puedo aguantarle más de dos o tres canciones de corrido. Tampoco le dije que en mi relato una pandilla de japoneses se suicidan mientras escuchan su música. Ojalá me guste su libro tanto como esta canción.


5 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues yo lo he conocido hoy. Me gusta mucho. Gracias.

Dillinger dijo...

Qué envidia, Javier. Qué envidia insana. No pude ir a la presentación y eso que me encanta Micah. No dejo de descubrir afinidades con usted, caballero.

Un saludo.

hautor dijo...

Usted es adorable, señor Dillinger. Todos los que llevamos pistolas al cinto para usarlas contra nosotros mismos somos adorables.

Anónimo dijo...

¿Y bien? ¿merece la pena leer el libro? Muchas gracias.

hautor dijo...

Si le soy sincero, señor anónimo, prefiero el Micah músico al escritor. Eso sí, merece la pena leer el libro, aunque sea para emitir un juicio como éste.