lunes, 14 de noviembre de 2011

El cielo de Pekín



El cielo de Pekín es la primera novela de Miguel Espigado. Hay un peligro evidente en toda primera novela, peligro que se ve acrecentado si esa primera novela viene de la mano de alguien que ejerce (aunque sea muy bien, como es el caso de Espigado) la crítica literaria. Y ese peligro es el de introducir en las pocas o muchas páginas de la novela lo –siempre mucho- que uno sabe sobre literatura, algo así como mamá, mira lo que hago, y eso. No es el caso. Desde ya les aseguro que Miguel Espigado ha sabido sortear esta Caribdis y que el lector no se ve abrumado por pirotecnias ni alardes injustificados, que cada línea de esta novela está sujeta al aliento que anima el conjunto. Un conjunto fragmentado necesariamente puesto que son varias las historias que corren paralelas aunque al final concurran, pero eso es lo de menos, la concurrencia, digo, pues igual nuestro universo es hiperbólico y las paralelas no solo no se encuentran sino que por un punto exterior a un personaje transcurren infinitos.

Aparecen en El cielo de Pekín personajes occidentales (un marine, un profesor de español…) y alguno chino (Li Zheng, Yiyang…), residentes todos en Pekín, la capital de un estado que es una especie de Leviatán capaz de devorar con igual avidez e indiferencia la intimidad y la democracia. Me recordó en ocasiones esta novela a Piongyang, la historia gráfica de Guy Delisle. Como en la obra de Delisle hay una mirada crítica occidental a un estado totalitario. Me parece más complejo sin embargo el trabajo de Espigado. Hay un retrato del shock cultural y del adoctrinamiento, pero también una diversidad de personajes que señalan salidas posibles –aunque sean desesperadas- a un ambiente opresivo y apocalíptico.

Miguel Espigado describe y escribe bien, muy bien de hecho, sin privarse de algo tan importante como es el sentido del humor y la poesía (una poesía hecha de imágenes bellas, la única que conozco). Podemos reconocer algún guiño a la obra de Agustín Fernández Mallo, no solo por la estructura fragmentada sino por alguna imagen que parece sacada directamente del autor de la saga Nocilla (“preguntándose dónde acababa la carne y dónde comenzaba el photoshop” –cito de memoria-). Pero no hablamos de un epígono, ni mucho menos. Espigado toma de aquí y allá lo que le interesa y sigue su camino, un camino singular que termina por no parecerse a nada salvo a sí mismo. Hay guiños cinematográficos, guiños al cómic, pero, como decían los sabios griegos, nada de ello en exceso. Me gustaron todas las historias, me divertí con casi todas. Creo que el personaje del artista Li Zheng tiene algo de memorable. No acabaré diciendo eso tan manido de que en esta novela encontramos a un autor en ciernes que augura futuras obras de mayor cuajo. El cielo de Pekín no necesita verse refrendada por una obra siguiente, aunque, visto lo visto, es muy posible que así ocurra.

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