Un objeto está causando furor entre la concurrencia femenina a las aulas de secundaria. Se trata del pompón. O, mejor dicho, del lápiz-pompón, algo parecido a lo que aparece en la fotografía.
Asisto con estupor a las miradas devotas de las alumnas, prendidas del adminículo que corona su lapicero. Recuerdo que en la infancia había quien tuneaba su lápiz con muñequitos y otras zarandajas, pero el pompón, qué duda cabe, va un paso más allá. El pompón es una variante del "con" del que habla Sloterdijk en sus esferas, una metáfora del complemento placentario que nos acompañó durante nueve meses en el interior del vientre materno. El pompón acompaña el desvalimiento de la alumna, le ofrece seguridad, constituye una especie de doble de su espíritu kitsch y falsamente romántico. Una alumna con pompón siente que ya no está sola en el aula. Pero la cosa es menos -o más- frívola de lo que parece. El pompón me parece asimismo una metonimia de la banalidad, de lo insignificante que, por eso mismo, exigiría una cantidad inagotable de palabras (este post da cuenta de esta insuficiencia) para glosarlo. Cambiemos pompón por Jesulín de Ubrique o -tanto monta- la ubicua Paris-Hilton. Lo banal suscita un interés comunal e instintivo. Sabemos -o intuimos- que el fondo de la existencia carece tanto de sentido como la vida de uno de esos personajillos públicos. Y ese vacío que anida en lo real suscita una respuesta inmediata y compensadora en forma de comentarios y más comentarios que jamás podrán colmar su fondo inagotable (el vacío, ya sabemos, no tiene fondo). Creo que mañana propondré como ejercicio de clase una redacción sobre los sentimientos y sensaciones que suscita el pompón.
Ya les comentaré los resultados.
2 comentarios:
Protesto vivamente, si me permite la viveza Su Hautoría, por:
a) Colocar el "monta tanto" entre dos nombres propios tan descompensados entre sí como "Jesulín de Ubrique" y "Paris Hilton": no, no, no ataque mi imaginación de esa forma Su Hautoría.
b) ¿No es el pompón lo que podría quedar tras el estallido de la pompa sloterdijkiana que el niño no puede evitar tocar, tal y como el niño Dionisos su espejo? No olvide que nuestros alumnos siempre acaban yendo un paso por delante de nosotros.
Respecto al apartado a), que Jesulín y P-H no sean contiguos en algún apartado de su imaginario merece mayor explicación, Monsieur Tropovski. En lo que concierne al b), estoy totalmente de acuerdo en su interpretación órfico dionisíaca del pompón. En estos tiempos indigentes, a falta de una buena pompa protectora, habremos de conformarnos con una pompa deconstruida, i. e., el pompón.
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