jueves, 25 de diciembre de 2008

Dédalos

El fototropismo es un comportamiento todavía por explicar. La luz concibe a su presa. El origen atrae de vuelta a su criatura. Ésta se deja llevar de la mano a su extinción... La trayectoria de una falena es espiralada (la línea recta está reservada al velocista y al kamikaze), espiral que converge a un centro inasequible: la muerte. Ícaro es quizás el primer testimonio de la manía fototrópica. Ícaro desobedece el consejo de su padre, maestro en el arte de la construcción de estatuas (tanto que debían ser atadas con cadenas para evitar -cuenta la leyenda- que descendiesen de sus pedestales), y se precipita irresistiblemente atraído por la luminosidad del astro. Ícaro cae al mar envuelto en una nube de plumas. Dédalo construyó otra espiral, el mítico laberinto. En el centro ubicó al monstruo, al Minotauro. Dédalo conocía el secreto, una danza cuyo ritmo va acompañado de movimientos alternativos y circulares, la danza de la mariposa nocturna. Teseo venció al monstruo gracias a otra espiral, el ovillo de Ariadna. Ícaro sucumbió al querer enfrentar al dios cara a cara. El mismo pecado que Acteón. Ambos víctimas de un error imperdonable. El hombre sólo puede aproximarse a lo divino a través del artificio, del templo, del talismán, del autómata. Verbigracia: el toro mecánico construido por Dédalo y que acogió en su interior el cuerpo anhelante de Pasífae. Ese toro engañó al divino Zeus, lo obligó a manifestarse. Los ojos de las efigies de Dédalo abren los ojos. La luz del dios se encarna en la materia y contempla al hombre. Homero escribe un verso y hace descender a la diosa, a la musa. Cuenta la leyenda que una de aquellas estatuas burló en la oscuridad de la noche la vigilancia, bajó del pedestal y huyó. Era una bellísima estatua del Apolo lycodespótes. Una mano se apoyaba en la cadera mientras con la otra señalaba hacia el horizonte, el índice extendido. Lo que más llamaba la atención era su enigmática sonrisa, que el autor parecía haber copiado de un antiguo kouros. Acompañaba a la imagen del dios una superstición según la cual nadie osaba interceptar la dirección que señalaba su dedo. A aquél que lo hiciese le aguardaría el terrible destino de la muerte por desmembramiento. La imagen huyó, sólo ella se salvó del ataque de los bárbaros que siglos más tarde las reducirían a escombros. Un loco pregonó tras la catástrofe haber visto a la estatua en lo alto de un somo, su dedo señalando el campo abierto donde reposaban los restos tazados de las antiguas efigies. El loco lloraba, temblaba presa del pánico. Afirmaba que el señor de los lobos alcanzaría la cima más alta del mundo. Nada, nadie podría escapar entonces a la maldición de su terrible gesto.

3 comentarios:

Javier Moreno dijo...

La trayectoria de la falena es espiralada pero pretende ser recta: Es un fototropismo diseñado para funcionar como orientador basado en soles o lunas, no bombillas caseras. :)

Anónimo dijo...

Efectivamente, están diseñadas para volar en línea recta con fuentes de luz muy lejanas. La tecnología les ha jugado una mala pasada. Pero, a cambio, resultan un motivo poético de primera.

Javier Moreno dijo...

Pobre falena, perdida en su espiral recta.