viernes, 25 de enero de 2008

Sublime tecnológico

Hace tiempo que la experiencia sublime de la que hablaba Kant no tiene lugar ante el paisaje o ante el domo celeste plagado de estrellas. Nuestros modos de vida han atenuado tales experiencias, la naturaleza ha sido, bien eliminada, bien embridada. Allá donde no llega el jardín renacentista lo hace el parque temático. El primer romanticismo hizo bien su trabajo. Sin embargo, ¿quién no ha sentido la experiencia del sublime kantiano al intentar resolver un problema con una compañía de telecomunicaciones o, simplemente, cada vez que hace doble click en el icono del navegador? Entonces logramos hacernos una idea del infinito encarnado en nuestros días, no el infinito de la naturaleza, no el infinito teológico-burocrático kafkiano, sino el infinito ingobernable nacido de la tecnología. La información nos satura, nos sobrepasa y abruma como las crespas montañas a un personaje pintado por Friedrich. Las compañías de telecomunicación son nuevos dioses, a su gracia sometemos nuestra voluntad y ante su benevolencia elevamos las preces de nuestros recibos mensuales. Claramente el sublime de nuestro tiempo es un sublime tecnológico. Ante él, como ante los anteriores, el hombre debe ser capaz de fabricar un parangón (cierto tipo de arte) que le devuelva la dignidad, hacer -superado el primer shock- de ese sublime un producto estéticamente habitable. Un ejemplo de experiencia sublime (en un doble sentido, además, natural y tecnológica) me la proporcionaba un amigo, Alberto, quien pasó sus vacaciones en la pista invernal de Meiringen, Suiza. Me cuenta que mientras descendía a toda velocidad, envuelto en el paisaje alpino, sus auriculares -integrados en la caperuza de su chaqueta- atronaban sus oídos con los compases de la muy sublime canción de Rocío Jurado: Como una ola.

4 comentarios:

Ibrahim B. dijo...

Al margen del maravilloso sentido del humor que se desprende de este post (desde el viernes no me quito de la cabeza la escena en Meiringen), sospecho que uno de los problemas que presenta Pangea es el excesivo interés que muestra por el sublime tecnológico (290 de Quimera).

Creo que en la sociedad que habitamos (no nos olvidemos: sociedad de la información pero también sociedad de consumo) se advierten al menos dos tipologías más de sublime. El primero estaría relacionado con el afán de poder, una revisita a Nietzsche, y creo que Yasmina Reza lo va a retratar estupendísimamente en su nuevo libro sobre Sarkozy -independientemente de que el texto tenga también su vertiente propagandística y mediática-. Puede leerse un adelanto del libro en: http://www.elpais.com/articulo/reportajes/Sarkozy/careta/elpepusocdmg/20080113elpdmgrep_1/Tes

El segundo sublime lo vinculo con la esquizofrenia consumista; con los sentimientos, por poner un ejemplo, de ese tipo de fisonomía indie-pop (ver viñetas de Secall) que sale un domingo por la tarde repleto de bolsas del H&M de Gran Vía.

Un saludo, hautor.

Hautor dijo...

No sé, Ibrahím. Yo lo del afán de poder no lo veo como un aspecto de lo sublime; y lo del consumo, más bien me sugiere una metáfora de la recolección neolítica (se han hecho muchos estudios sobre las relaciones entre el consumo y la caza/recolección). Sí creo detectar algo de lo sublime -por ejemplo- en el usuario de IKEA que monta un mueble (mejor si monta muchos de ellos). Esa sensación de formar parte de un sistema (de producción) que te engloba, del que tú eres una mínima pieza, ese sentirte uno con tu mueble... ¡Menuda experiencia!

Joseóscar dijo...

No sé si inicio la ola de felicitaciones, desde aquí: ¡felicidades por el nuevo premio!

Hautor dijo...

Gracias, Tropovski.

Un abrazo chillao.