Desde el portal Hermanocerdo me pidieron hace unos días una selección de lecturas del año que acaba. Partiendo de la dificultad inherente a recordar los libros que uno ha leído a lo largo del año (más de cincuenta y probablemente menos de cien) y asumiendo los olvidos (algo consubstancial en lo que a mí respecta), me atreví a enviar esta analecta, que no listado ni -mucho menos- ránking:
Me acuerdo de Zona, de Mathias Enard. Era como leer la Ilíada contada por un Odiseo del siglo XX.
Me acuerdo de Estoy desnudo y otros cuentos de Yasutaka Tsutsui. Me acuerdo de esa impresión que deja la ciencia ficción mezclada con Rabelais.
Me acuerdo de La voz a las tres de la madrugada, de Charles Simic (traducido por Martín López Vega), y de envidiarle al menos un par de docenas de poemas.
Me acuerdo de Aire nuestro, de Manuel Vilas, y de querer ser el Rey y que Manuel me cortase la cabeza e ir de ídem al Telepurgatorio.
Me acuerdo de Providence, de Juan Francisco Ferré, y de tener la impresión de que Juan Francisco le ha hecho algo a la literatura española, algo que todos estábamos deseando, que ha conseguido una especie de plusmarca nacional difícil de batir; y de que si yo fuera la literatura española invitaría a Juan Francisco a una copa de Bourbon y luego ya se vería.
Me acuerdo de Autorretrato, de Édouard Levé y de que el hecho de que el autor se suicidara me obligará a leer una vez tras otra sus pocas obras y de que los lectores deberíamos impedir de alguna manera que ciertos autores se suicidaran.
martes, 29 de diciembre de 2009
lunes, 21 de diciembre de 2009
Fascinación
Siempre me ha maravillado el enigma de las pinturas pompeyanas. Uno atiende a los rostros dibujados en los frescos y se ve de inmediato embargado por el misterio. ¿Qué es lo que miran? ¿Qué es eso que les hace desorbitar los ojos?
Hace unos días escuché a Saramago decir que lo que buscaba con su literatura era desasosegar, algo que va muy en consonancia con otro famoso autor portugués. Esta frase me hizo pensar. Al principio me identifiqué con Saramago. Desasosegar (algo que tiene que ver con lo inhóspito, con el tan traído 'unheimlich') es una de las tareas que le impongo -no siempre- a mi escritura. Pero pensé un instante más tarde que no era exactamente eso, que al desasosiego había (en mi caso particular, al menos) que añadirle la belleza, y que esos dos ingredientes (desasosiego+belleza) componían la fórmula mágica de la literatura que más me interesa. Creo que la fascinación es precisamente eso, desasosiego más belleza, algo que tiene que ver con la imagen del principio. Luego me viene a la cabeza una frase que pronunciaba mi madre en algunas ocasiones en las que de niño contemplaba la tele. Muchacho, entorna los párpados, que se te van a salir los ojos. La mirada de las pinturas pompeyanas se parece efectivamente a la de alguien fascinado ante la pantalla del televisor. Lo que todavía no he conseguido descifrar es qué es lo que miraban esos personajes retratados en los muros de Pompeya.
Hace unos días escuché a Saramago decir que lo que buscaba con su literatura era desasosegar, algo que va muy en consonancia con otro famoso autor portugués. Esta frase me hizo pensar. Al principio me identifiqué con Saramago. Desasosegar (algo que tiene que ver con lo inhóspito, con el tan traído 'unheimlich') es una de las tareas que le impongo -no siempre- a mi escritura. Pero pensé un instante más tarde que no era exactamente eso, que al desasosiego había (en mi caso particular, al menos) que añadirle la belleza, y que esos dos ingredientes (desasosiego+belleza) componían la fórmula mágica de la literatura que más me interesa. Creo que la fascinación es precisamente eso, desasosiego más belleza, algo que tiene que ver con la imagen del principio. Luego me viene a la cabeza una frase que pronunciaba mi madre en algunas ocasiones en las que de niño contemplaba la tele. Muchacho, entorna los párpados, que se te van a salir los ojos. La mirada de las pinturas pompeyanas se parece efectivamente a la de alguien fascinado ante la pantalla del televisor. Lo que todavía no he conseguido descifrar es qué es lo que miraban esos personajes retratados en los muros de Pompeya.
martes, 15 de diciembre de 2009
Skin Project
Shelley Jackson es la autora del curioso proyecto artístico llamado Skin Project. Un texto cuyas palabras (2095, para ser exactos) se tatuaron (una por cada cuerpo) en la piel de otros tantos voluntarios repartidos por todo el mundo. Se trata de una obra de arte condenada a la disolución. Una obra viva y -por tanto- mortal. Supongo que en el plazo transcurrido desde entonces alguna palabra habrá desaparecido. ¿Cuál será la última en hacerlo, me pregunto? En la web destinada al proyecto es posible contemplar un mapa con la ubicación de las personas tatuadas. Parece que hay un español que vive con una de esas palabras grabada en la piel. Sería hermoso cruzárselo por la calle. La palabra tatuada en su cuerpo es TO. Es una palabra sencilla. Cabe casi en cualquier sitio. Quizás sea alguien conocido. A lo mejor es su vecino. Búsquenlo. Cuídenlo. TO es sin duda una palabra importante.
sábado, 12 de diciembre de 2009
Policíaca
Hoy se me ocurre visitar la FNAC de Callao y aprovecho para ver dónde para mi último libro (Atractores extraños). Sé que hay personas que se han hecho con él ahí, pero no consigo verlo. Reviso mostradores, busco por orden alfabético... Nada, que no lo veo. Decido por fin preguntar en información y ahí me dicen que busque por la M en el apartado de 'policíaca'. No salgo de mi asombro. Me acerco al apartado dedicado al género policíaco y, efectívamente, allí estoy. No entiendo en base a qué me han colocado allí. Podrían haberme colocado con mayor acierto en el de filosofía o en el de ciencia ficción. Supongo que el texto de la contraportada tiene algo que ver. Supongo que los criterios para ubicar una obra en una librería son tortuosos. De nuevo caigo en el vicio de ponerme en el lugar de los demás y de intentar comprenderlos y, como casi siempre, acabo consiguiéndolo. Controlo, por tanto, mis ganas de dirigirme al mostrador con el libro en la mano para decirles que cómo se les ha ocurrido colocar mi libro allí, en medio de todos aquellos bestsellers. Lo pienso mejor. Miro mi libro en la estantería y creo que su situación guarda una extraña relación con su título y que, al fin y al cabo, mirado desde cierto punto de vista, mi libro tiene que ver de alguna manera con el género policíaco. Y entonces llego a pensar que el encargado de ubicar los libros en la FNAC es una especie de genio, un genio que va más allá de mi comprensión inmediata y prejuiciosa. Y lo que tengo que hacer en ese momento es reprimir mis ganas de preguntar en información por el encargado de decidir en qué apartado acabará cada uno de los libros que llegan a la tienda. Al volver a casa me encuentro con la agradable sorpresa de que Sergi Bellver ha colocado Atractores extraños en una selección de los mejores libros (a su juicio, claro) de relatos del año que se nos acaba.
martes, 8 de diciembre de 2009
La confianza
El sábado por la mañana S. y yo paseamos bajo una fina lluvia por las calles de la hermosa ciudad de Astorga. Visitamos la catedral, el palacio episcopal (obra de Gaudí) y luego nos dejamos llevar por los alrededores. Descubrimos tras una cancela a un perro atado que nos mira. Hay algo desesperanzado en la actitud del perro. La cadena que lo sujeta está atada por uno de sus extremos a la reja de una ventana. Junto al perro hay un motón de excrementos y un cuenco de comida vacío. El perro nos mira con infinita tristeza. Está atado, no porque sea peligroso, sino para que no se dé a la fuga. Su pelo es blanco. Más que un perro parece el fantasma de un perro. Saco la cámara para hacerle una foto. Inmediatamente el perro se retira y desaparece tras una pared. Hace bien el perro en no querer exhibir su miseria, en evitar las fotos de dos turistas que pasean por las calles mojadas de Astorga.
Después le hago otra foto al patio, abandonado, lleno de maleza, un patio que comparte la misma tristeza que el perro.
Seguimos caminando, buscando la casa de los Panero. Nos damos de bruces con la calle Leopoldo Panero y la recorremos arriba y abajo sin encontrar la casa. Un lugareño que camina apoyado en una muleta nos ve mirar el mapa y nos pregunta directamente qué es lo que buscamos. Se lo decimos. Entonces nos señala con el dedo el tejado de una casa que asoma por encima del resto. Volvemos sobre nuestros pasos. Habíamos pasado junto a ella. Es una casa casi en ruinas. No hay nada, ningún cartel que recuerde que allí vivió alguna vez ningún poeta. En el patio se yergue una grúa. La fachada está cubierta de una capa de cemento, como si hubiesen intentado repararla para abandonar más tarde el empeño. Nos damos cuenta de que el patio que acabamos de fotografiar es el patio trasero de la casa de los Panero. Ahora nos explicamos la tristeza del perro. Luego visitamos el museo del chocolate. Nunca había visitado un museo del chocolate. Está bien. Hay fotos antiguas de los fabricantes. A los chocolates les ponían nombres extraños, nombres como 'La pureza', 'El desengaño' o 'Felicidad'. Es curioso que una marca de chocolate lleve un nombre abstracto, un nombre de ideal platónico. Descubrimos en una de las vitrinas una foto que nos llama la atención. Es la foto de Juan Panero, uno de los antiguos fabricantes de chocolate de Astorga.
La marca de chocolate de Juan Panero es 'La confianza'. No salimos de nuestro asombro. Fantaseamos con la posibilidad de que la saga de los poetas proceda de un maestro chocolatero. Me gustaría probar ese chocolate. Me gustaría probar el chocolate de los Panero, le digo a S. Andar el camino hacia atrás, cerrar el libro de poesía y abrir una pastilla de chocolate. Tomar una onza de chocolate y experimentar el placer de sentir cómo 'La confianza' se derrite poco a poco en mi boca.
Después le hago otra foto al patio, abandonado, lleno de maleza, un patio que comparte la misma tristeza que el perro.
Seguimos caminando, buscando la casa de los Panero. Nos damos de bruces con la calle Leopoldo Panero y la recorremos arriba y abajo sin encontrar la casa. Un lugareño que camina apoyado en una muleta nos ve mirar el mapa y nos pregunta directamente qué es lo que buscamos. Se lo decimos. Entonces nos señala con el dedo el tejado de una casa que asoma por encima del resto. Volvemos sobre nuestros pasos. Habíamos pasado junto a ella. Es una casa casi en ruinas. No hay nada, ningún cartel que recuerde que allí vivió alguna vez ningún poeta. En el patio se yergue una grúa. La fachada está cubierta de una capa de cemento, como si hubiesen intentado repararla para abandonar más tarde el empeño. Nos damos cuenta de que el patio que acabamos de fotografiar es el patio trasero de la casa de los Panero. Ahora nos explicamos la tristeza del perro. Luego visitamos el museo del chocolate. Nunca había visitado un museo del chocolate. Está bien. Hay fotos antiguas de los fabricantes. A los chocolates les ponían nombres extraños, nombres como 'La pureza', 'El desengaño' o 'Felicidad'. Es curioso que una marca de chocolate lleve un nombre abstracto, un nombre de ideal platónico. Descubrimos en una de las vitrinas una foto que nos llama la atención. Es la foto de Juan Panero, uno de los antiguos fabricantes de chocolate de Astorga.
La marca de chocolate de Juan Panero es 'La confianza'. No salimos de nuestro asombro. Fantaseamos con la posibilidad de que la saga de los poetas proceda de un maestro chocolatero. Me gustaría probar ese chocolate. Me gustaría probar el chocolate de los Panero, le digo a S. Andar el camino hacia atrás, cerrar el libro de poesía y abrir una pastilla de chocolate. Tomar una onza de chocolate y experimentar el placer de sentir cómo 'La confianza' se derrite poco a poco en mi boca.
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