Quisiera aquí reflexionar acerca de esas
imágenes supuestamente escandalosas que han ganado en protagonismo a los toros
en los últimos San Fermines, las de esas chicas con los pechos al aire encaramadas
a hombros de jóvenes y siendo tocadas por la masa. Algunos, ante la visión de
tales imágenes, hacen saltar automáticamente el resorte de la 'violencia de
género', es decir, se convierten en marionetas en manos del ventrílocuo de lo
políticamente correcto. Me parece una simplificación extrema que deja fuera de
juego muchas de las cuestiones que merodean a las imágenes y que, creo,
constituyen su contexto social y simbólico.
San Fermín es sin duda un atavismo, una
fiesta donde los toros, la sangre, el alcohol y el sexo constituyen los
ingredientes principales. Algo así como una bofetada contra el decálogo de lo
políticamente correcto que exige diversión sin ebriedad, sexo sin asomo de
perversión y toros pastando felices e indemnes entre las flores. No sé lo que tiene que decir el discurso
postfeminista acerca de esas chicas que se dejan sobar gozosamente las tetas en
medio del delirio. ¿Son una aberración dentro del ‘género’? Si quemar sostenes
en plaza pública se convirtió en el súmum del feminismo no parece que dejarse
tocar los pechos vaya por el mismo camino. ¿O sí? Si yo fuese periodista
ardería en deseos de entrevistar a una o varias de esas chicas. Probablemente
sean mujeres cultas, con una licenciatura en ciernes. Tal vez tengan algo que
decir. ¿Están arrepentidas? En caso contrario, ¿qué gozo dionisíaco experimentan estas ménades
del siglo XXI? Yo deseo comprender, no juzgar. Creo, a propósito de estas
recidivas de ‘menadismo’, que estas imágenes de San Fermín nos retrotraen a
algo ancestral. En un momento histórico de predominancia de lo virtual, brotan
síntomas que parecen dar cuenta de un movimiento opuesto, la apuesta carnal y
háptica por antonomasia, el éxtasis de ser tocado/a por la masa. Cada mano que
se cierne sobre esa teta es un 'me gusta' de carne y hueso.