De lo que llevo leído este año no me cabe duda de que hay dos libros que destacan de modo impepinable sobre el resto, cada cual diverso del otro, como las dos cúspides simétricas del Olimpo. Estos son El perseguido, de Daniel Guebel, recientemente reeditado por El Desvelo, y El libro uruguayo de los muertos, sin lugar a dudas la mejor obra de Mario Bellatin, publicado en Sexto Piso.
Os dejo aquí un fragmento de El perseguido:
“Rompí con mi grupo, entré en una
empresa de agentes de la Bolsa, conocí todas las variables de la economía y
terminé armando mi propio emporio. El negocio de la especulación monetaria es
una gran fachada montada sobre la nada, allí estriba su atracción. Para la
mayoría de las personas sólo lo ilusorio es cierto. Me convertí en un
financista próspero, un experto en apoderarme del dinero ajeno. Fundé falsas sociedades
mixtas, organicé fondos de inversión, trafiqué bonos basura, compré deuda
externa, papeles de pensión. Cada una de mis operaciones arruinó a cientos,
miles de personas.”
¿Cínico? ¿Contradictorio? No.
“Al crearles por la vía del
despojo una evidencia de la injusticia de las relaciones sociales, a estos
pobres infelices, mis víctimas, les generé las condiciones objetivas de
existencia de su conciencia de clase y corté de cuajo con la posibilidad de que
siguieran interpretando falsamente su situación. ¿Qué buscaba con esto? ¡Mi
sueño era una obra maestra de la didáctica dialéctica! ¡Yo quería morir
fusilado por mis revolucionarios el día de la toma del Poder! Pero algo salió mal. Los Aparatos del
Estado funcionan: mis éxitos financieros me habían vuelto famoso y los medios
conservadores aprovecharon para convertirme en el emblema del progreso. Yo salía
en las tapas de las revistas, Holas y
Caras me exponían como un ejemplo de
la dinámica capitalista. Encima, mis
explotados querían ser como yo. ¡Luché como nadie para resistir ese triunfo
paradojal! Pero el capitalismo era más fuerte. Y además, cometí otro error: en mi condición
modélica me sentía invulnerable y bajé las guardia justo cuando los ojos de la
mosca de los Organismos de Inteligencia se posaban sobre mí.”