Todo listado es incompleto e insuficiente. Resulta tópica la
captatio benevolentiae en estas fechas navideñas cuando uno repasa lo mejor del
año, pero a veces conviene insistir en lo obvio, aunque solo sea para olvidar
la dosis de estupidez que subyace en todo prontuario. Hablo de libros, de
novelas (leí poca poesía este año y me siento temporalmente fuera de juego)
españolas y traducidas. Dejo a un lado el ensayo (ensayo sí leí, pero mi
criterio al respecto resulta confuso incluso para mí mismo). Uno lee lo que
puede, lo que le permiten el tiempo y las fuerzas y de todo eso, de lo que más
me acuerdo (la calidad tiene algo de memorable, creo que podemos partir de
eso) es de Alimento para moscas de Jon Obeso, de Aire de Dylan de
Vila-Matas, de El perseguido de Daniel Guebel, de El libro uruguayo de los
muertos de Mario Bellatin, de Karnaval de Juan Francisco Ferré, de El diablo a todas horas de Donald Ray Pollock, de Matate amor
de Ariana Harwicz, de La cerca de Jean Rolin, de Trilobites de Breece D’J
Pancake y de El ángel esmeralda de Don Delillo. Hubo otros libros buenos,
algunos bastante buenos, pero no los pondría a la altura de los anteriores.
Como los que cito son extraordinarios nadie debería sentirse ofendido. Mencionaré
entre los segundos Norteamérica profunda de Juan Carlos Márquez, Los pájaros
amarillos de Kevin Powers, Los inmortales de Manuel Vilas, El público de
Bruno Galindo, Medusa de Menéndez Salmón, La interpretación de un libro de Juan José Becerra o Democracia de Pablo Gutiérrez. Probablemente olvido alguno.
Que nadie se preocupe. Devuelvan sus revólveres a la cartuchera. Acháquenlo simplemente a
mi proverbial falta de memoria.
miércoles, 26 de diciembre de 2012
martes, 18 de diciembre de 2012
Matate, amor
A veces, porque uno es así de descreído, llego a pensar que la literatura ha perdido algo de su magia o que soy yo el que la ha perdido y añoro la vuelta a mi adolescenacia y el olvido paradisíaco y virginal que me devuelva a Whitman y Borges y Rimbaud y, ay, al torpe pero inolvidable éxtasis de la primera vez. Pero ocurre, sigue ocurriendo, que uno se tropieza con un libro que le disuelve el cinismo y ya no dice para sí mismo 'esto está bien escrito, pero...' o 'esto está muy pero que muy bien escrito, pero...'. Ya saben a lo que me refiero porque el cinismo es de lo mejor repartido entre críticos y escritores y corredores de Bolsa y a las charlas de café y copa -y cigarrillo en la puta calle- me remito. Esto que escribo o parecido es lo que se me venía a la cabeza mientras leía Matate, amor de una escritora argentina llamada Ariana Harwicz. Cierto que siento debilidad por los escritores argentinos, lo mismo que por los jugadores de fútbol argentinos. Creo que dios ha llamado a ese país por los caminos del fútbol y la literatura y que yo mismo sería mejor escritor, y ya no digo futbolista, si fuera argentino. Si además el apellido de la autora es polaco y rima con Gombrowicz, miel sobre hojuelas. Matate, amor es una novela de una intensidad escalofriante. Cada página destila hectolitros de emoción, pero no esa emoción que desborda y deja al lector empapado y listo para la secadora, sino la emoción contenida en un lenguaje férreo y labrado con precisión milimétrica. Cada frase es una batalla del lenguaje con la emoción, una batalla extraña en la que ambos contendientes salen ganando. Podríamos llamarlo (buena) poesía. Se trata de la primera novela de Ariana Harwicz y sí, voy a cometer la pedantería y el lugar común de decir que se trata de un inicio deslumbrante, pero no de decir que augura una gran carrera literaria. Esta obra vale por sí misma. Podría ser la última de una larga trayectoria, el logro tras repetidos fracasos. Que no lo sea ni suma ni resta mérito. Me estremeció la lectura de sus páginas. Lo demás es literatura.
martes, 20 de noviembre de 2012
Holy Motors
Holy Motors es desde ya una
película de referencia, de esas que llaman ‘de culto’ aquellos que entienden que el arte es la única
religión posible y deseable. Las
imágenes de esta película ya descansan impresas en mi ADN cultural, como
las de La Naranja Mecánica o In the mood for love o 2001: una odisea del espacio. La
película va de una sucesión de performances solitarias o compartidas, ejecutadas
por una especie de actor que se mueve en limusina, de pequeñas obras de teatro
que parecen hacerse cargo de las
emociones y las fantasías que ya no es capaz de proveer una agónica realidad.
La plasticidad de las imágenes es asombrosa. A esta peli le sobra el 3D, lo
lleva inscrito en el encuadre y en la fotografía y en la pulsión brutal que se
agazapa detrás de cada plano. La realidad insiste en una huelga de acontecimientos
y solo el arte puede insuflarle algo de intensidad. Un banquero desea que lo
maten, una hija que su padre la abronque, una modelo de belleza perfecta ser raptada
por un monstruo que come flores y billetes de curso legal. Las calles necesitan
a su tullido que nos despierte la catarsis necesaria para llegar contentos al
trabajo. Holy Motors dispara con bala. En un mundo anodino las emociones viajan
en limusina, la representación ha
ocupado definitivamente el lugar de la acción. Le faltó tan solo a Leos Carax hacer fingir a su personaje una revolución.
lunes, 29 de octubre de 2012
En el pasado SOS 4.8
La revista literaria El Coloquio de los perros cubrió los eventos literarios del último festival SOS 4.8 de Murcia. Allí se habló de series de televisión. Por mi parte participé en una mesa redonda titulada Discontinuidades temporales en Lost y Fringe junto a Miguel Ángel Hernández Navarro, Agustín Fernández Mallo y Eloy Fernández Porta. He aquí el texto íntegro de mi conferencia. Doy las gracias a Juan de Dios y a Zoraida, espléndidos reporteros del congreso.
http://www.elcoloquiodelosperros.net/numerosos/javimsos.html
viernes, 26 de octubre de 2012
El error
Me pregunto dónde irán a parar el sin número de errores y
de aproximaciones inherentes a todo cálculo. La diferencia entre Π y 3.14 o
3.1416. El matiz entre el hemisferio ideal y la cúpula del Panteón, entre las
proporciones de mi tarjeta de crédito y la razón áurea. Se sabe que la
respuesta del oráculo de Delfos ante la peste que asolaba Atenas fue que esta se
extinguiría solo en el caso de que se consiguiera duplicar el volumen del cubo
que servía de altar al dios Apolo. Tarea imposible como demostraron las
matemáticas casi dos milenios más tarde. La peste prosiguió en Atenas entonces
por una cuestión infinitesimal, un ‘imperceptible’ de unas pocas cifras decimales.
La raíz cúbica de 2 no solo es irracional sino que ni siquiera podía ser
construida con regla y compás. Duplicar el cubo parece una tarea sencilla pero
en esa engañosa sencillez, en la propuesta de un problema irresoluble, parecen
recrearse los dioses más crueles de la antigua Grecia. Un infinitésimo marca la
diferencia entre la vida y la muerte. El ideal rehúye su concreción material y
esa reticencia pone en marcha el mecanismo inapelable del destino.
El error proviene casi siempre de un pequeño desvío capaz
de originar consecuencias imprevisibles. El acto erróneo es el infraleve atribuido de sustancia moral.
El error proviene de acatar como exacto lo que en realidad es irracional, de
privar el acaso del ruido de fondo inagotable que lo acompaña y lo sustenta, de
sancionar como acabado y perfecto lo inagotable e indefinido. El infinitésimo de
Leibniz o de Robinson permite el cálculo de lo inaprensible, la comprensión de
la secuencia infinita de todo movimiento. El protagonista de la novela La miseria de las cosas de Dimitri
Verhulst consigue en un momento dado vislumbrar el instante en el que crecen
los pechos de la adolescente Elena. La mirada del joven logra así lo que en
apariencia resulta imposible, desentrañar una de esas ‘transformaciones
silenciosas’ de las que habla el sinólogo francés François Jullien. Entre dichas
transformaciones se cuentan la erosión del terreno, el germinar de una semilla
o el tropismo de una planta. Movimientos inaprensibles a simple vista, constatables
solo en intervalos temporales de larga duración; y sin embargo movimientos
tanto o más decisivos que la súbita caída de un rayo o el disparo de un arma de
fuego. Cierto tipo de arte pretende recuperar para el hombre la conciencia y la
sensación de ese inaprensible. Desde los movimientos imperceptibles captados
por la cámara superrápida al infraleve
de Duchamp o lo infraordinario de
Perec. Pienso en la diferencia entre una composición de Bach y la versión mp3
de dicha composición, en los residuos que deja en lo analógico su conversión
digital. Pienso en el recorte acústico como en una especie de confeti musical
acariciando los oídos. Lo imagino como un ruido blanco, una especie de silencio
hermoso y henchido de excelencia.
sábado, 6 de octubre de 2012
Dos libros críticos
Los dos últimos ensayos que he
leído forman parte del catálogo de Clave Intelectual, una editorial atenta al
pensamiento crítico (como si existiera otro) contemporáneo. Empezaré hablando
del segundo, de título prometedor, El
casino que nos gobierna, de Juan Hernández Vigueras. En él se desgranan los
diversos juegos y herramientas financieras bursátiles (swaps, CDS, etc) que constituyen la economía
digamos virtual, para diferenciarla de la economía real, aquella que se
sustenta en algún bien material y tangible. Pese a su considerable volumen me
ha parecido que el libro de Vigueras aporta poco desde el punto de vista
técnico y literario. Se pasa casi siempre por encima de las descripciones de
los productos derivados financieros (wikipedia sigue siendo hasta ahora la
mejor manera de acercarse al lenguaje críptico de estas ‘armas de destrucción
masiva’), lejos del acertado espíritu didáctico y la intensidad narrativa (y
eso que hablamos de libros de divulgación económica) de Matt Taibbi en Cleptopía o de Marc Roche en El Banco: cómo Goldman Sachs dirige el mundo;
asimismo las tesis del autor resultan monocordes y reiterativas, como si el
libro estuviese compuesto a base de retazos en los que se echa de menos un hilo
argumentativo sólido y unitario. El
casino que nos gobierna resulta útil sin embargo como analecta –nunca exhaustiva-
de infamias económicas. Cabe agradecer al autor el trabajo de acopio de
materiales que convierten este libro en una primera aproximación divulgativa
para que el lector realmente interesado bucee en otros textos y otras fuentes.
Mucho más interesante me ha
resultado el pequeño ensayo de Alain Badiou El
despertar de la historia. En este libro Badiou analiza las revueltas del
mundo árabe y de los indignados
españoles. El pensamiento de Badiou es un pensamiento a mi parecer realmente
revolucionario, un pensamiento que se atreve a escapar (sí, prepárense, tápense
los ojos y los oídos) del consenso democrático. Las tesis de Badiou me parecen
certeras y estimulantes. La primera de ellas es que las revueltas árabes no
esconden un impulso democrático a la occidental (algo que repitieron
machaconamente nuestros medios de (des)información). Los árabes no se revelaron
porque quisiesen convertir sus países al way
of life europeo o estadounidense, se congregaron en las plazas porque
querían despojar a los dirigentes del poder y erigirse en una fuerza histórica
capaz de instituir sus propias reglas (no necesariamente democráticas). Badiou
consigue de esa manera desligar ‘revuelta’ de ‘búsqueda de democracia’. La democracia
no es sino una manera en la que puede instituirse el impuso revolucionario, ni
mucho menos la única. La segunda tesis a mi parecer digna de ser reseñada –y que
de algún modo tiene que ver con la primera- es que la democracia representativa
actual es un antídoto contra la revuelta. Examina al respecto las aplastantes victorias
conservadoras en Francia y España tras el mayo del 68 y tras el movimiento
15-M, respectivamente. Badiou analiza formalmente la categoría de revuelta.
Partiendo de la revuelta nihilista (una multitud de gentes que se agrupan con
un objetivo no perdurable) llega hasta idea de revuelta revolucionaria que,
según él debería poseer tres características necesarias: la intensificación (el
ciudadano ‘desclasado’ toma conciencia de su situación y levanta la voz para manifestar su equiparación con el
resto), la representación (la multitud congregada debe representar de un modo diríamos ‘fractal’ la multiplicidad
social y cultural del Estado al que pertenece) y la localización (la multitud
debe concurrir en un lugar que quedará investido como situs vinculado al acontecimiento: Plaza del Sol, Plaza Tahrir, etc).
Badiou propone (y esta quizás sea la parte más oscura y menos argumentada del
libro) la idea de que un movimiento dotado de esas características, un
movimiento que supone un verdadero despertar histórico, debería finalmente
instituirse como una tiranía (resistente al apaciguamiento estandarizado de las
urnas) que se encaminara, no a un Estado
tal y como lo conocemos, sino a su propia disolución, a la culminación del
verdadero comunismo.
lunes, 1 de octubre de 2012
Un poema (casi) olvidado
Encuentro entre mis libros, de casualidad, como quien halla un tesoro removiendo un montón de piedras, esa pequeña joya de la edición que es el número 1 de la revista Hache; y, en su interior, un poema mío que casi había olvidado (siempre agradeceré a Cristina Morano y a Héctor Castilla el espacio que me reservaron en aquella revista). Pienso que me gustaría mucho haber escrito ahora este poema. Siento algo de envidia de mí mismo, del mí mismo que era hace unos años. Supongo que eso es bueno, no estoy seguro. Así es que voy a imaginarme que acabo de escribirlo, porque mis sentimientos al respecto de la creación poética son los mismos y porque soy capaz de llenar de emoción a través de su lectura cada una de sus palabras. Este poema es como una alianza, como el instante nietzscheano del eterno retorno. Lo leo y digo 'sí quiero', y quiero que este sentimiento se repita, una vez tras otra.
Ars poética
Él veía desde la lejanía las pompas. Las miraba
brotar del soplo anodino de los muchachos
habituados a la infalible precisión del invento.
Su soldada de militante niño no era suficiente.
Contemplaba triste en el aire la danza
de una perfección ajena. Así que tomó
el agua y el jabón, dobló el alambre y monóculo
lo introdujo en la esperanza. Inútil empeño.
Su soplo se perdía estéril. La informe materia se resistía
a plegarse en la ideal forma. Pasaban los días.
Aprendió a declinar la voluntad en todas sus variantes.
Ocurrió al fin. La burbuja creció súbita
del vacío. Temblorosa al principio, después plena
surcó el espacio reflejando en su cuerpo
la comprimida inmensidad de un mundo,
su rostro mirándolo atónito desde la transparencia.
No pudo resistir. Tuvo que tocarla.
sábado, 22 de septiembre de 2012
Espacio en blanco
La crisis lo confunde todo. Me
despego un palmo de mí mismo y veo a un ser anonadado. Es como alguien que de
repente pierde la fe. Es como leer a Nietzsche con dieciocho años, pero sin el
entusiasmo de leer a Nietzsche con dieciocho años. Mi mente se parece a una
nebulosa y los estados nebulosos, como se sabe, escapan al principio de no
contradicción. O sea, que puedo pensar y sentirme dos cosas al mismo tiempo.
Soy como la moral de un príncipe heredero, pero sin nada que heredar. A veces
cuento los dedos de mi mano. Siguen siendo cinco, y resulta consolador. Siento
que alguien me ha traicionado pero no pongo rostro al culpable. Se parece a mí
pero no soy yo. Tiene cuatro años y me mira desde una fotografía en blanco y
negro. Frunce el entrecejo porque sabe que le espero en un futuro que ya es
este presente. Me recrimina algo. Eres estúpido, dice. Te vas a creer todos y
cada uno de los cuentos que te cuenten de aquí hasta tus treinta años. No
pierdas esta foto, llévala contigo. Soy tu ángel de la guarda, tu particular
ángel de la historia. De tu historia. Soy la versión depauperada de ese niño
sabio, la confirmación de la segunda ley de la termodinámica. Un cerebro en
desorden. Un desorden de palabras. Escribir es una costumbre, un lugar al que
volver, un ciclo consolador como las estaciones y los cumpleaños. Solo se
requiere de un poco de tiempo y de un escueto rincón. Pero hay ruido, demasiado
ruido. Las cosas proliferan y apenas dejan espacio. Cuesta arrancarle al
balbuceo de la actualidad una página en blanco.
lunes, 27 de agosto de 2012
Aplicación Hopper
Creo que existe un filtro Hopper,
igual que existe un filtro Valencia o un filtro Walden (Instagram). Retiro lo
dicho. No hay un filtro Hopper, sino varios, y la obra del pintor
norteamericano es en sí misma una aplicación que sirve para mirar al mundo y
sonsacarle a su misterio un puñado de hermosas imágenes. He aquí algunos de los
filtros que se me ocurren a botepronto de esa aplicación Hopper, de esa máquina
Hopper.
1.-Filtro giro romántico de
noventa grados. Tomemos un cuadro de Caspar Friedrich. Mejor dicho, imaginemos
que somos Caspar Friedrich, un Caspar Friedrich del siglo XX. Decidimos
entonces que, en lugar de representar a nuestros personajes de espaldas y
observando un paisaje imponente, los representaremos al bies, mirando algo
desconocido que no figurará en el cuadro. Eso desconocido implica a la
imaginación del espectador. Puede ser algo banal, probablemente lo sea. Tampoco
descarto lo maravilloso. De hecho yo opino que todos los seres de este mundo
son maravillosos. El de Hopper es un romanticismo inmanente y elíptico, el
único disponible en los tiempos que corren.
2.-Filtro Espinario. En muchos
cuadros de Hopper la apariencia de sus protagonistas es de ensimismamiento.
Hombres y mujeres (sobre todo mujeres) absortos en una tarea que reclama toda su
atención, algo que produce una curiosidad insoslayable en el espectador, un
efecto de inmersión, un deseo imperioso de ubicarse en lugar del personaje.
3.-Filtro Laocoonte. Casi todos
los cuadros de Hopper parecen fotogramas perdidos de alguna película. Reflejan
momentos pregnantes, el punto de tangencia entre un arte del espacio (la
pintura) y un arte del tiempo (el cine). Lessing estaría orgulloso de Hopper. Hay una
historia detrás de cada cuadro de Hopper. Por eso Hopper le gusta tanto a
tantos escritores.
4.-Filtro Psicosis. Creo que
Hopper es fundamentalmente un paisajista. Hasta cuando aparecen personas en sus
cuadros la impresión es la de estar contemplando un paisaje. Los cuadros de Hopper
nos dicen qué le ocurre a las cosas cando se quedan solas. Los cuadros de
Hopper parecen hablar de un mundo postapocalíptico en el que ya no quedan seres
humanos. Es terrible. Las cosas se han librado de nosotros, de esos seres que
creían saber cómo eran y en qué consistían, y ahora pueden mostrarse libremente, exhibir ante
un mundo despoblado toda la siniestra poesía que llevaban dentro.
jueves, 9 de agosto de 2012
Batman o la vacuna contra la revuelta
No hay ninguna duda de que la saga Batman de Christopher
Nolan funciona como una especie de laboratorio simbólico donde los personajes
representan fuerzas y valores que entroncan con lo más profundo de la psique individual
y –digamos- social. Sus películas están dotadas de ese onirismo que confunde si
cabe aún más a los psicóticos atraídos por la violencia, incapaces de distinguir
la ficción de la realidad, hasta tal punto que en Estados Unidos ir a ver
Batman a una sala de cine parece haberse convertido en un comportamiento de
alto riesgo. Resulta reiterativo (y sintomático), por ejemplo, el uso que hace Nolan del tópico antropológico
del chivo expiatorio. El director se diría heredero de las teorías de René
Girard que, como se sabe, convierte al chivo expiatorio en una de las claves de
bóveda de su pensamiento (monótono pero resultón, todo hay que decirlo) y que
sirve para justificar ‘científicamente’ las bondades del cristianismo. Nolan
trae a la palestra cuestiones antropológicas que parecieran desfasadas y latentes
y que sin embargo forman parte –más o menos oculta- de nuestro día a día. Basta
seguir las noticias para darse cuenta de hasta qué punto resulta útil
políticamente la estigmatización de colectivos (controladores aéreos,
funcionarios, o lo que se tercie) para justificar medidas impopulares. Mi objeción
proviene precisamente de la presentación acrítica de dicho recurso. Recordemos
que, en esencia, tanto Harvey Dent como el propio Batman resultan chivos
expiatorios que sirven para mantener el status quo, catalizadores para
escapar al caos. De hecho creo que la última entrega de la saga constituye una
elaborada vacuna simbólica contra los ímpetus revolucionarios que flotan en el
ambiente. Es difícil que el espectador no se identifique con la toma de La
Bolsa por parte de Bane y sus secuaces o con el deseo de juzgar a los corruptos y redistribuir la
riqueza. Pero la identificación pronto se torna rechazo cuando Bane muestra a
las claras su vocación terrorista y genocida, algo que funciona como aviso y
objeción para aquellos que buscan cambiar las cosas y que podría traducirse en
algo así como ‘ojo, que tras la revuelta contra la injusticia aguarda el caos y
una injusticia aún mayor’. Así Bane podría ser Juan Manuel Sánchez Gordillo, el
diputado de IU en el Parlamento Andaluz que asaltó hace unos días un
supermercado de Mercadona, o el propio Zizek, si nos ponemos cosmopolitas y
rimbombantes. Ya se sabe, lo mejor es que todo cambie para que todo siga igual.
Lo importante es poderse pagar un viaje a Florencia y sentarse en una cafetería
junto al Arno; y si en la mesa de al lado están Batman y su chica, mejor que
mejor.
lunes, 6 de agosto de 2012
La imposibilidad de la política
Cada vez resulta más constatable la imposibilidad de
hacer política. La urgencia en la toma de decisiones motivada por la crisis
económica elimina una de las condiciones necesarias del ejercicio de la política, esto
es, la perspectiva del medio y largo plazo y cierto decalage respecto a los acontecimientos de todo tipo que abastecen
lo cotidiano. Hubo un momento en el que la disposición de las estrellas servía
para tomar decisiones. Cierto que algunas actuaciones (la respuesta a una
agresión externa, el remedio a una plaga) requerían la respuesta urgente de un oráculo o un arúspice pero todo ello
admitía como trasfondo una conciencia temporal que aspiraba a lo perdurable. En
nuestros días son los vaivenes de la bolsa y de la conocida prima de riesgo los
que determinan la actuación política. La diferencia de escala temporal entre
los movimientos bursátiles (que transcurren en décimas de segundo) y los ciclos
sociales (que se miden en años y legislaturas) produce el indeseable resultado del cortocircuito de la política. Es como si toda
una cultura pretendiera gobernarse según el azar del movimiento browniano, algo
que genera un estrés difícilmente sobrellevable por parte de sus confundidos
ciudadanos. Algunos net.artistas como Lise Autogena y Joshua Portway han
conseguido plasmar a mi parecer de un modo bastante efectivo lo dicho
anteriormente. Ambos son los creadores de Black/Shoals Market Planetarium, una
representación en tiempo real de la evolución de 10000 empresas de valores.
Cada corporación es representada en el planetario por una estrella cuyo brillo
dependerá de su cotización en ese momento, mientras que las constelaciones se
dibujan atendiendo a la afinidad comercial de dichas empresas. Dicha obra se
expuso por primera vez en la galería de
la Tate Modern de Londres en 2001 y fue nominada al Premio Turner Alternativo
en 2002. Su título pretende rendir un irónico homenaje a la conocida fórmula de
Black-Scholes que permite cuantificar el valor de una acción de bolsa y por el
que sus creadores (pertenecientes a la famosa escuela de Chicago) fueron
recompensados con el premio Nobel de economía en 1997. Sin embargo, la fórmula
Black-Scholes también dio lugar a uno de los desastres más sonados en la
historia de los mercados de valores. En 1998, el fondo de inversión gestionado
por Scholes y Merton de Capital a Largo Plazo se declaró en quiebra con pérdidas
de casi tres mil millones de dólares que amenazaron la estabilidad financiera
en todo el mundo. Paradójicamente, estas pérdidas se atribuyeron a las
limitaciones de los modelos utilizados por los académicos. La similitud
fonética de Black Shoals y Black-Scholes subraya el hermetismo y la falta de
transparencia de las nuevas finanzas cuantitativas. Mediante la transposición
de Sholes por Shoals (banco de arena, aguas poco profundas), el título hace
referencia al peligro que las costas rocosas constituyen para los barcos. La
oscuridad, las tormentas y los naufragios son las imágenes que vienen a la
mente, y apuntan claramente al fondo de inversión de Capital a Largo Plazo.
domingo, 22 de julio de 2012
Diálogo clínico
-Cuál diría que es su primer
recuerdo consciente.
-Bueno, no sé cómo decirlo sin
resultar ofensivo.
-No se preocupe. Usted está pagando
un montón de dinero. Yo siempre digo a mis pacientes que si pagan tanto dinero
lo menos que pueden hacer es permitirse el pequeño lujo de sincerarse conmigo.
-Bueno, mi primer recuerdo consiste
más bien en una certeza, la de que toda la gente que me rodeaba era imbécil. Es
un pensamiento que me ha acompañado durante toda mi vida. Veo imbéciles por
todas partes, en los restaurantes, en los ascensores, en las fiestas de
cumpleaños, en los aviones. Imbéciles tumbados en la arena de la playa.
Gastamos cantidades enormes de dinero en cohetes espaciales que llevan
imbéciles al espacio. Así es como yo lo veo.
-…
-Es algo así como esas películas
donde el personaje protagonista se mueve entre gente aparentemente normal pero
que resultan estar poseídos por un espíritu demoníaco y ese descubrimiento
terrible no ocurre al principio, ni siquiera en un momento en el que haya
posibilidad de escapar, sino que ese descubrimiento es precisamente el final de
la película.
-¿Podría definirme imbécil?
El hombre que acaba de hacer la
pregunta cómodamente sentado en una silla modelo Swan, de Arne Jacobsen, entrecomilla
la última palabra con la pronunciación que uno usaría ante alguien que
experimenta dificultades para comprender nuestro idioma.
-Bueno, imbécil es todo aquel que
carece de la suficiente sensibilidad como para darse cuenta de que lo es.
-…
-Creo que es una buena definición.
El hombre que reposa en una silla
modelo Swan, de Arne Jacobsen, pierde la mirada en algún punto más allá del
cuadro Audrey Hepburn de Ikea que cuelga justo en la pared de enfrente al tiempo
que sostiene su mentón en el típico gesto de un hombre que medita buscando la
solución de un problema.
-Resulta paradójico. Es una de esas
paradojas autorreferenciales. O bien uno es inconscientemente idiota o, si es
consciente de ello, no por esa razón deja de serlo. ¿No es cierto?
-Básicamente eso era lo que quería
decir. La diferencia está entre el imbécil autoconsciente y el imbécil
inconsciente.
-Y usted, ¿en qué grupo se
incluiría?
-Entre los primeros.
-Lo cual no excluye que usted sea
un imbécil.
-Por supuesto que no.
-Incluso yo podría serlo.
-…
-Todos somos imbéciles, entonces.
-No es nada personal. Si hacemos
uso de la lógica resulta evidente.
-Incluso reconfortante.
-Yo no diría eso. Los imbéciles
inconscientes son peligrosos. Son la mayoría. A esos es a los que me refería al
principio. Puedo olerlos. He desarrollado un sexto sentido para identificarlos.
Gasto ingentes cantidades de energía tratando de evitarlos.
-¿Cuál diría que es el porcentaje
de la población que pertenece a ese grupo?
-Más del noventa por ciento de la población
española. El porcentaje desciende si hablamos del extranjero.
El hombre que reposa en el diván
mirando al techo empieza a sentirse realmente cómodo. Echa un vistazo al cuadro
neoyorkino y al cuadro londinense de Ikea. Le gustan esos cuadros. Hay algo en
esos cuadros que genera un sentimiento automático de adhesión y paz interior.
-Intuyo que usted otorga algún tipo
de ventaja a aquellos que viven más allá de nuestras fronteras.
-Hablar idiomas extranjeros es algo
así como un atenuante. No hablar español resulta beneficioso. Creo que el
español es un idioma que predispone a la estupidez. Si habláramos inglés o
chino todo sería más fácil.
-¿Podría describirme cuáles son los
beneficios del imbécil autoconsciente? ¿Piensa en algún tipo de superioridad
respecto al imbécil… más corriente?
El hombre tumbado en el diván
parece tomarse su tiempo. Apoya un pie contra el otro y se recrea en la tibieza
que emana la fricción de sus calcetines de pura lana.
-El idiota autoconsciente resulta
ridículo. No puede desprenderse de la sensación continua de ridículo. El idiota
inconsciente resulta peligroso para los demás, pero el idiota autoconsciente
resulta un peligro solo para sí mismo.
-Por eso está usted aquí.
-Básicamente.
-Siente que usted es un peligro
para sí mismo.
-Eso creo. Hasta ahora me
beneficiaba de mi autoconciencia, pero ha llegado un momento en el que dicha
autoconciencia me perjudica. Yo lo veo como la victoria definitiva de los
imbéciles inconscientes, como el inicio de una época si cabe más oscurantista.
El entorno ha mutado y eso me perjudica. Temo no poder adaptarme a este nuevo
hábitat. Me veo como una especie en peligro de extinción.
-¿Puedo preguntarle a qué se
dedica?
-Trading. Compra venta de productos
financieros.
-Suena interesante.
-Lo fue, en algún momento.
domingo, 17 de junio de 2012
Yo siempre regreso a los pezones... y Antibiótico
Creo que hay que celebrar la reedición de Yo siempre regreso a los pezones y al punto 7 del Tractatus (Alfaguara 2011), editado por primera vez en 2001. Reconozco que lo he (re)leído en paralelo con su último libro Antibiótico, publicado en Visor casi al mismo tiempo que la reedición del primero. Son el primer y el último libro de Agustín Fernández Mallo, y dicha lectura me ha permitido hacerme cargo no de la evolución (descarto esa palabra en casi cualquier circunstancia y, desde luego, siempre que hablo de arte) sino de cómo un autor (en este caso Agustín) extrae materiales de lo que ha quedado por decir en todos sus libros anteriores, como si traer libros al mundo no fuese sino una sucesión de ondas analógicas que buscan colmar huecos y temas que permanecen latentes en la escritura de esa primera obra a la que de algún modo siempre se regresa. Dejo aquí un poema de cada uno de estos libros. Lamento que el procesador de blogger no pueda recrear la ecuación de Dirac en el primero de ellos.
Bordeo el asunto. Trazo círculos. Tropiezo con los círculos. Tampoco valen las elipses, ni esa trampa en movimiento llamada espiral. Ensayo otros accesos: la ecuación, la palabra, recuerdo a Wittgenstein: ni una sola palabra rozará la realidad sin que ambas ardan o estallen, recuerdo a Dirac:
Definición: llamamos poema a una superficie continua,
dotada de un punto de fuga, derivable en todo el espacio,y en la que se pueden definir las operaciones
adición
sustracción
multiplicación
división,
y que además posee un elemento
neutro que
puede ser el 0,
el 1,
o el propio poeta,
si se da la circunstancia de que en algún lugar de esa
superficie
el elemento neutro
es el propio poeta, entonceséste ha desaparecido de la obra y la llamamos
obra maestra
sábado, 26 de mayo de 2012
Dos cúspides
De lo que llevo leído este año no me cabe duda de que hay dos libros que destacan de modo impepinable sobre el resto, cada cual diverso del otro, como las dos cúspides simétricas del Olimpo. Estos son El perseguido, de Daniel Guebel, recientemente reeditado por El Desvelo, y El libro uruguayo de los muertos, sin lugar a dudas la mejor obra de Mario Bellatin, publicado en Sexto Piso.
Os dejo aquí un fragmento de El perseguido:
“Rompí con mi grupo, entré en una
empresa de agentes de la Bolsa, conocí todas las variables de la economía y
terminé armando mi propio emporio. El negocio de la especulación monetaria es
una gran fachada montada sobre la nada, allí estriba su atracción. Para la
mayoría de las personas sólo lo ilusorio es cierto. Me convertí en un
financista próspero, un experto en apoderarme del dinero ajeno. Fundé falsas sociedades
mixtas, organicé fondos de inversión, trafiqué bonos basura, compré deuda
externa, papeles de pensión. Cada una de mis operaciones arruinó a cientos,
miles de personas.”
¿Cínico? ¿Contradictorio? No.
“Al crearles por la vía del
despojo una evidencia de la injusticia de las relaciones sociales, a estos
pobres infelices, mis víctimas, les generé las condiciones objetivas de
existencia de su conciencia de clase y corté de cuajo con la posibilidad de que
siguieran interpretando falsamente su situación. ¿Qué buscaba con esto? ¡Mi
sueño era una obra maestra de la didáctica dialéctica! ¡Yo quería morir
fusilado por mis revolucionarios el día de la toma del Poder! Pero algo salió mal. Los Aparatos del
Estado funcionan: mis éxitos financieros me habían vuelto famoso y los medios
conservadores aprovecharon para convertirme en el emblema del progreso. Yo salía
en las tapas de las revistas, Holas y
Caras me exponían como un ejemplo de
la dinámica capitalista. Encima, mis
explotados querían ser como yo. ¡Luché como nadie para resistir ese triunfo
paradojal! Pero el capitalismo era más fuerte. Y además, cometí otro error: en mi condición
modélica me sentía invulnerable y bajé las guardia justo cuando los ojos de la
mosca de los Organismos de Inteligencia se posaban sobre mí.”
jueves, 17 de mayo de 2012
Bellezas clásicas torturadas
A Daniel Martínez Pérez lo conozco desde hace mucho, mucho tiempo. Siempre me ha interesado su obra, la obra de alguien que aparentemente no la tiene porque no ha sido –apenas- expuesto, ni –apenas- proyectado, ni –apenas- escuchado. Y es que Daniel despliega su talento en diversas disciplinas. A Daniel lo conocí cuando formamos nuestro grupo de música: La Tragedia (Joaquín al bajo, Dani a la guitarra y yo voz y letra). En él está inspirado Gabi, el personaje de mi primera novela Buscando batería. Luego (después de nuestra historia en el grupo) descubrí que escribía. Y luego, más tarde, que dibujaba. Daniel realizó el mediometraje que se inspiró en mi libro de poesía Cortes publicitarios. Cuando le propuse la idea de hacer una adaptación visual él me respondió que ya había pensado en ello. No me extrañó lo más mínimo. Daniel es una de esas pocas personas con las que guardo una afinidad artística que roza el ciento por ciento. Casi todo lo que hace me habría gustado hacerlo a mí. Esto sería intolerable si no fuésemos amigos. Lo bueno es que él hace cosas que yo no hago habitualmente, de modo que su trabajo forma una especie de complemento del mío. Miro lo que hace y pienso me habría gustado hacerlo, pero no puedo. Y eso está bien. Creo que nuestros átomos estaban muy juntos en el momento del Big Bang y lo han seguido estando desde entonces (íbamos al mismo colegio, aunque la anagnórisis vino más tarde: los dos bebíamos cerveza bajo una noche de verano en Mazarrón, éramos jóvenes y ya estábamos locos). Ahora se produce una nueva coincidencia, una sincronía de esas que tanto gustaban a Jung y a Pauli. Yo escribo un post sobre el tacto y él me envía unas imágenes que forman parte de una serie: Belleza clásica torturada. Un título cojonudo, qué envidia. Yo las observo y me fascino. Pienso en La Venus rajada de Didi-Huberman, en su teoría de que la belleza mortecina de la Venus de Botticelli no puede entenderse sin las escenas salvajes de La historia de Natagio Degli Oreste. No creo que Dani haya leído ese libro, ni falta que hace. Sus antenas están bien dirigidas y captan el mensaje que él traduce a imágenes. La belleza es una apariencia, una actualización de una potencia que es víscera y carne. A poco que uno rasgue (y eso es lo que ha hecho Dani, rasgar las imágenes) la superficie de la belleza se encuentra con un cuerpo doliente. Daniel ha hurgado en las imágenes y ha encontrado la carne. Demuestra de este modo que una imagen es algo más que una superficie de dos dimensiones. Como Buñuel en la famosa escena de Un perro andaluz, Daniel le ha pasado la cuchilla a estas bellezas clásicas para mostrarnos lo que llevan dentro. Resulta curioso que estas imágenes me provoquen más espanto, me resulten más inquietantes que los cuerpos ‘reales’ carbonizados o desmembrados con los que a la sobremesa nos obsequia el telediario. Si hay una respuesta a ese asombro, creo que esa respuesta es el arte.
lunes, 14 de mayo de 2012
Metrónomo Coco Rocha
Hay algo en esta imagen. Bueno, como veis no es exactamente una imagen. Se trata de la modelo Coco Rocha, aunque podría ser cualquiera. De alguna manera es un trampantojo, una mezcla paradójica de imagen fija y archivo de vídeo, de frivolidad y trascendencia. Y está el reflejo en el espejo. Tiene algo de velazqueño esta imagen/movimiento. Podría usar esa pierna de metrónomo. Podría medir el tiempo contando el número de veces que esa pierna sube y baja. Me parece más razonable que medirlo usando segundos y minutos. ¿Qué es un segundo? Una abstracción insignificante. Todo lo contrario que esta pantorrilla, excitante e hipnótica.
viernes, 11 de mayo de 2012
Poema con incógnita
Me ha pasado una cosa curiosa, de esas cosas que parecen preparadas y que de tan reales se adivinan ficticias. Quería abrir un archivo con una breve poética que compuse hace poco y, por error, abrí otro cuyo título es prueba poesía google. Lo cortopego:
El X
es un concepto universal relativo a la afinidad entre seres
X como X el X
Cartas de X
El X
es muy importante en nuestras vidas
Todos
queremos descubrir qué es el X
El verdadero X,
no es el X propio, es el que consigue que el X se abra a las demás personas y a la vida
Entretenimiento
y X sano
¿Qué es el X?
La verdad es que me he quedado desconcertado. Tener mala memoria siempre me pareció una especie de bendición. He leído el poema como si no fuera mío, sin reconocerlo. Y, en efecto, no es mío. Forma parte del proceso de investigación que llevó a Cadenas de Búsqueda, el libro de poesía que acaba de aparecer recientemente en El Desvelo. Lo que he reconocido es el modo de composición. La verdad es que me ha gustado, incluso antes de averiguar que yo lo había facturado (¿puedo usar la palabra facturado si hablo de un poema?). Eso debe ser bueno, supongo. En realidad el poema lo hizo el buscador de Google, yo solo seleccioné los resultados e hice la sustitución algebraca. Lamento no haber introducido este poema en el libro. Las razones por las que uno incorpora o no un poema a un libro de poemas son complejas, tanto que he debido de olvidarlo. La mala memoria siempre me pareció una especie de bendición. Sé que ya he escrito esa frase. La repito sencillamente para no olvidarla. Y ahora sí, ahora transcribo la poética que es lo que iba a hacer al principio:
Elaborar una poética es tan extraño
como hacer que la luz vuelva sobre sí misma para iluminarse. Ocurre entonces
una indeterminación. Si intento hablar acerca de lo que escribo surge la
sombra. Pero la sombra es al fin y al cabo el perfil de la luz, su recorte, su
forma visible. Describiremos la sombra, entonces. La existencia es un continuo
y el lenguaje es un código discreto que intenta atraparlo. La arena y el
cedazo, ya saben. El poema es un juicio sin acusados donde el juez y el testigo
intercambian sus papeles y se confunden. El poema es un archivo con extensión .¿? que el lector debe desvelar. El
poema está hecho para ser sucesivamente ampliado, para descubrir su pixelado.
El lector debe convertir lo discreto del lenguaje de nuevo en la continuidad de
la emoción. Un poema es un artefacto que transforma una onda en otra onda.
Poeta y lector se convierten de este modo en estructuras resonantes.
Y la releo, y la aplico al poema anterior. Y me parece que debe ser cierta.
miércoles, 9 de mayo de 2012
El tacto
El tacto ha dejado de ser un modo
de buscar y reclamar en los objetos la presencia. El tacto es el aquí, el centro de la esfera de lo
íntimo. Si Apolo es el dios de la visión y la lejanía, el tacto es el tributo
parcelario de Hestia. En la actualidad el tacto se ha reservado para el
clickeo, para la pasión por la pantalla táctil, convertido en simulacro y
parodia de la función a él encomendada. El tacto deviene, en contra de su
destino, en una ausencia permanente, en una estrategia para evadirse de los
objetos. Anhelamos la presencia y eso nos empuja –las manos extendidas- como
polillas sedientas de luz hacia la pantalla. Y así nuestra piel se habitúa a
esta mutación inmediata, al tránsito fulgurante de virtualidades, al
intercambio de potencias que solo devienen acto por la taumaturgia de nuestra
tarjeta de crédito (nunca como ahora abrimos con tanta pasión el buzón de correos,
nunca gozamos de este modo acariciando un embalaje, saboreando por adelantado
la promesa de su contenido, la demorada recompensa de tantas caricias en el
botón izquierdo del mouse durante las derivas por ebay o amazon). Y andamos perdidos
entre los seres, buscando un lugar donde acampar, una piel ajena, un tú en el que demorarnos.
Es por eso que los cuerpos se
ofrecen como nunca antes a la vista. Cantidades ingentes de carne (escotes,
muslos, espaldas, cinturas…). Es el tacto que reclama su territorio como el
cactus del desierto sintetiza en su pulpa la nostalgia del vergel perdido. La
carne se ofrece allá donde uno mire;
intocable, sin embargo. La carne es la tentación y la mirada se delecta, sucedánea
de la caricia. Noli me tangere es el
mensaje repetido y latente en un mundo que sin embargo está dispuesto a
enseñarlo todo. Si acaso se produce el contacto este se resuelve en el sexo,
condenado a extinguirse con la fugacidad con la que se vacía el agua de una
clepsidra. La percolación de lo háptico adopta por tanto la forma de un
espejismo, de una promesa siempre defraudada, de un oasis que, apenas aflora,
desaparece, pues la evanescencia es un signo demasiado fuerte, el emblema
triunfante de los tiempos.
domingo, 6 de mayo de 2012
SOS 4.8 (La pulsera)
Son las tres de la mañana y estoy
en mi habitación de hotel de cuatro estrellas mordiendo mi pulsera del SOS 4.8 como
un perro rabioso. La habitación huele de manera encantadora, como huelen las habitaciones
de hoteles caros, como si en sus camas no durmiesen personas sino ángeles o
vírgenes desnudas que hubiesen retozado sobre campos de lavanda y amapolas. Mi
cama es de un tamaño descomunal. Más que una habitación doble es una habitación
triple, es la habitación con la que sueñan los japoneses cuando fantasean con
viajar a Europa. Europa es un sitio donde hay mucho espacio y donde cada vez habrá más, ya lo
verán. Y mientras tanto yo arranco las fibras de mi pulsera con mis caninos y
mis incisivos. Y ahora recién comprendo el por qué de los caninos. Dios santo,
gracias por estar en todo y haberme concedido caninos, aunque sean más bien
pequeños. Los caninos están ahí para cuando una pulsera VIP de un festival se cierra sobre tu muñeca
y amenaza con provocarte una gangrena. Creo sentir ahora lo que siente un perro
que tira atado a una cadena, lo que siente un zorro que cae atrapado en un
cepo. Soy un animal, soy una alimaña atrapada por su pulsera VIP AA, una doble
A estampada que parece una calificación de una agencia de rating. Pero yo
quiero liberarme. La mano se amorata y yo sigo mordiendo la pulsera,
semidesnudo, frente al espejo del baño. Hace unas horas había admirado el suelo
de pizarra, la bañera y la ducha con hidromasaje, pero ahora solo podía pensar
en sacarme aquella maldita pulsera. Miro mi reflejo en el espejo y veo un
animal herido que empieza a sudar bajo la luz de los focos. Si tu conciencia de
clase te avergüenza, arráncatela. Es un pensamiento que me viene a la cabeza.
Los pensamientos son así, vienen por sí solos sin necesidad de llamarlos.
Pienso que los espejos de los baños de los hoteles ofrecen una imagen diferente
de la habitual, que nuestra imagen, la que tenemos en la cabeza, es la imagen
del espejo de nuestro baño. Hay espejos de hoteles que afean y otros que embellecen.
Los espejos de los hoteles son como la mirada de una mujer, uno se acerca a
ellos sin saber muy bien con qué se encontrará ahí delante. Sigo mordiendo,
avanzo muy lentamente. Pienso que podría bajar a la recepción y pedir unas
tijeras, pedir que me liberen. Pero es ridículo. Esto es personal, es algo
entre la pulsera del SOS 4.8 y yo. Siempre debe ser uno el que se libera a sí
mismo. Muerdo la anilla que sella la cinta alrededor de la muñeca. Siento el
sabor del plástico. Nada. Sigo atrapado. Entonces cojo el encendedor y coloco
el peine obsequio del hotel entre mi muñeca y la cinta. Estoy orgulloso de mi
idea. Siento que mi cerebro funciona. Estoy en sintonía con él. Me gusta cuando
mi cerebro se pone al servicio de mi cuerpo, cuando mi cerebro piensa en la
liberación y pone todos los medios a su alcance para conseguirla. Prendo el encendedor. Sale
un poco de humo. Menos de lo que esperaba. Abro el grifo por si en algún
momento tengo que colocar la muñeca bajo el agua, por si el plástico del peine
arde y con él la piel blanquísima y delicada de mi muñeca. Hay que estar
preparado. Pero el peine aguanta. El peine es de una calidad excelente. El
peine tiene una cualidad ignífuga y eso me salva. La cinta cede. Giro el peine
haciendo torniquete y la cinta al fin se rompe. Soy un hombre libre. Y con esa
sensación de libertad me meto en la cama. Y me duermo.
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