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El monje se encierra en su celda. Se arrodilla. Confiesa íntimamente sus pecados. Lleva días rumiando una decisión, una decisión importante, tal vez la más importante de su vida. Ha pensado en los pros y los contras. Dios y el diablo se reparten equitativamente el triunfo de una u otra opción sin que el monje sepa con exactitud qué elección corresponde a cada uno ni en qué manos acabará disponiendo su alma. Los muros de la celda son de piedra. El monje eligió la celda de castigo por voluntad propia, un tabuco sin ventanas a cuyas paredes ha quedado adosado el humo de cientos de velas que iluminaron la vigilia de tantos pecadores. El monje ha recorrido todas las posibilidades lógicas, ha convertido su decisión, no en un laberinto, sino en un árbol cuyas ramas se bifurcan hasta el infinito, ese árbol constituyendo en sí mismo una imagen consistente de la divinidad. Nadie puede sorprenderlo en su celda. Él mismo pidió la llave y cerró la puerta por dentro. Fuera quedaron sus años de estudio, su pasado y la exigua felicidad que consintieron sus días. Sus lecturas. Solo Dios puede ayudarle a tomar esa decisión, a decantar la balanza hacia el lado adecuado. Como el ojo de la cerradura taladrado en la puerta, debe existir, piensa el monje, un orificio en el éter a través del cual no solo la escena que él protagoniza sino el drama íntimo de su alma resulte visible. Una puerta que solo dios es capaz de abrir. El monje espera que Dios se asome a ese orificio y decante con su visión la incertidumbre que le corroe y lo desespera.
La computación cuántica se basa en el hecho de que una partícula subatómica puede estar en dos estados simultáneamente (un fenómeno conocido como superposición coherente). Así un electrón puede estar en un estado 0 y 1 al mismo tiempo. De este modo ocho electrones podrán ofrecer dos elevado a ocho resultados distintos a un observador. La dificultad de la computación cuántica estriba en dos extremos. El primero de ellos consiste en introducir un input que inicie el proceso computacional. El segundo reside en aislar el sistema de modo que ninguna interferencia externa produzca el colapso y ofrezca de este modo un resultado distinto al pretendido por el observador. Dicho observador desempeña la función de un operador que certifica el output, un output dentro de un conjunto de posibilidades múltiples. En consecuencia, la computación cuántica dista de ofrecer un resultado -output- unívoco a un input, por lo que su aplicación se limitaría a casos en los que la computación serial resulta ineficiente. El objetivo de la computación cuántica es la identificación de posibilidades dentro de un conjunto múltiple, algo similar a lo que ocurre con el cerebro de los seres humanos. En el cerebro el pensamiento transcurre en paralelo a través de diversos circuitos neuronales. La decisión final (el colapso del sistema) se produce en todo caso por selección dentro de un conjunto amplísimo de posibilidades, atendiendo a criterios tales como la coherencia y la supervivencia del propio organismo.