-Cuál diría que es su primer
recuerdo consciente.
-Bueno, no sé cómo decirlo sin
resultar ofensivo.
-No se preocupe. Usted está pagando
un montón de dinero. Yo siempre digo a mis pacientes que si pagan tanto dinero
lo menos que pueden hacer es permitirse el pequeño lujo de sincerarse conmigo.
-Bueno, mi primer recuerdo consiste
más bien en una certeza, la de que toda la gente que me rodeaba era imbécil. Es
un pensamiento que me ha acompañado durante toda mi vida. Veo imbéciles por
todas partes, en los restaurantes, en los ascensores, en las fiestas de
cumpleaños, en los aviones. Imbéciles tumbados en la arena de la playa.
Gastamos cantidades enormes de dinero en cohetes espaciales que llevan
imbéciles al espacio. Así es como yo lo veo.
-…
-Es algo así como esas películas
donde el personaje protagonista se mueve entre gente aparentemente normal pero
que resultan estar poseídos por un espíritu demoníaco y ese descubrimiento
terrible no ocurre al principio, ni siquiera en un momento en el que haya
posibilidad de escapar, sino que ese descubrimiento es precisamente el final de
la película.
-¿Podría definirme imbécil?
El hombre que acaba de hacer la
pregunta cómodamente sentado en una silla modelo Swan, de Arne Jacobsen, entrecomilla
la última palabra con la pronunciación que uno usaría ante alguien que
experimenta dificultades para comprender nuestro idioma.
-Bueno, imbécil es todo aquel que
carece de la suficiente sensibilidad como para darse cuenta de que lo es.
-…
-Creo que es una buena definición.
El hombre que reposa en una silla
modelo Swan, de Arne Jacobsen, pierde la mirada en algún punto más allá del
cuadro Audrey Hepburn de Ikea que cuelga justo en la pared de enfrente al tiempo
que sostiene su mentón en el típico gesto de un hombre que medita buscando la
solución de un problema.
-Resulta paradójico. Es una de esas
paradojas autorreferenciales. O bien uno es inconscientemente idiota o, si es
consciente de ello, no por esa razón deja de serlo. ¿No es cierto?
-Básicamente eso era lo que quería
decir. La diferencia está entre el imbécil autoconsciente y el imbécil
inconsciente.
-Y usted, ¿en qué grupo se
incluiría?
-Entre los primeros.
-Lo cual no excluye que usted sea
un imbécil.
-Por supuesto que no.
-Incluso yo podría serlo.
-…
-Todos somos imbéciles, entonces.
-No es nada personal. Si hacemos
uso de la lógica resulta evidente.
-Incluso reconfortante.
-Yo no diría eso. Los imbéciles
inconscientes son peligrosos. Son la mayoría. A esos es a los que me refería al
principio. Puedo olerlos. He desarrollado un sexto sentido para identificarlos.
Gasto ingentes cantidades de energía tratando de evitarlos.
-¿Cuál diría que es el porcentaje
de la población que pertenece a ese grupo?
-Más del noventa por ciento de la población
española. El porcentaje desciende si hablamos del extranjero.
El hombre que reposa en el diván
mirando al techo empieza a sentirse realmente cómodo. Echa un vistazo al cuadro
neoyorkino y al cuadro londinense de Ikea. Le gustan esos cuadros. Hay algo en
esos cuadros que genera un sentimiento automático de adhesión y paz interior.
-Intuyo que usted otorga algún tipo
de ventaja a aquellos que viven más allá de nuestras fronteras.
-Hablar idiomas extranjeros es algo
así como un atenuante. No hablar español resulta beneficioso. Creo que el
español es un idioma que predispone a la estupidez. Si habláramos inglés o
chino todo sería más fácil.
-¿Podría describirme cuáles son los
beneficios del imbécil autoconsciente? ¿Piensa en algún tipo de superioridad
respecto al imbécil… más corriente?
El hombre tumbado en el diván
parece tomarse su tiempo. Apoya un pie contra el otro y se recrea en la tibieza
que emana la fricción de sus calcetines de pura lana.
-El idiota autoconsciente resulta
ridículo. No puede desprenderse de la sensación continua de ridículo. El idiota
inconsciente resulta peligroso para los demás, pero el idiota autoconsciente
resulta un peligro solo para sí mismo.
-Por eso está usted aquí.
-Básicamente.
-Siente que usted es un peligro
para sí mismo.
-Eso creo. Hasta ahora me
beneficiaba de mi autoconciencia, pero ha llegado un momento en el que dicha
autoconciencia me perjudica. Yo lo veo como la victoria definitiva de los
imbéciles inconscientes, como el inicio de una época si cabe más oscurantista.
El entorno ha mutado y eso me perjudica. Temo no poder adaptarme a este nuevo
hábitat. Me veo como una especie en peligro de extinción.
-¿Puedo preguntarle a qué se
dedica?
-Trading. Compra venta de productos
financieros.
-Suena interesante.
-Lo fue, en algún momento.
2 comentarios:
Cuán bella aquesta definición de imbécil.
Se agradece el elogio, Jonás.
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