No hay ninguna duda de que la saga Batman de Christopher
Nolan funciona como una especie de laboratorio simbólico donde los personajes
representan fuerzas y valores que entroncan con lo más profundo de la psique individual
y –digamos- social. Sus películas están dotadas de ese onirismo que confunde si
cabe aún más a los psicóticos atraídos por la violencia, incapaces de distinguir
la ficción de la realidad, hasta tal punto que en Estados Unidos ir a ver
Batman a una sala de cine parece haberse convertido en un comportamiento de
alto riesgo. Resulta reiterativo (y sintomático), por ejemplo, el uso que hace Nolan del tópico antropológico
del chivo expiatorio. El director se diría heredero de las teorías de René
Girard que, como se sabe, convierte al chivo expiatorio en una de las claves de
bóveda de su pensamiento (monótono pero resultón, todo hay que decirlo) y que
sirve para justificar ‘científicamente’ las bondades del cristianismo. Nolan
trae a la palestra cuestiones antropológicas que parecieran desfasadas y latentes
y que sin embargo forman parte –más o menos oculta- de nuestro día a día. Basta
seguir las noticias para darse cuenta de hasta qué punto resulta útil
políticamente la estigmatización de colectivos (controladores aéreos,
funcionarios, o lo que se tercie) para justificar medidas impopulares. Mi objeción
proviene precisamente de la presentación acrítica de dicho recurso. Recordemos
que, en esencia, tanto Harvey Dent como el propio Batman resultan chivos
expiatorios que sirven para mantener el status quo, catalizadores para
escapar al caos. De hecho creo que la última entrega de la saga constituye una
elaborada vacuna simbólica contra los ímpetus revolucionarios que flotan en el
ambiente. Es difícil que el espectador no se identifique con la toma de La
Bolsa por parte de Bane y sus secuaces o con el deseo de juzgar a los corruptos y redistribuir la
riqueza. Pero la identificación pronto se torna rechazo cuando Bane muestra a
las claras su vocación terrorista y genocida, algo que funciona como aviso y
objeción para aquellos que buscan cambiar las cosas y que podría traducirse en
algo así como ‘ojo, que tras la revuelta contra la injusticia aguarda el caos y
una injusticia aún mayor’. Así Bane podría ser Juan Manuel Sánchez Gordillo, el
diputado de IU en el Parlamento Andaluz que asaltó hace unos días un
supermercado de Mercadona, o el propio Zizek, si nos ponemos cosmopolitas y
rimbombantes. Ya se sabe, lo mejor es que todo cambie para que todo siga igual.
Lo importante es poderse pagar un viaje a Florencia y sentarse en una cafetería
junto al Arno; y si en la mesa de al lado están Batman y su chica, mejor que
mejor.
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