Ya lo he dicho otras veces. Todos los negocios de la calle donde vivo son chinos. Mis vecinos son chinos. Compartimos un mismo patio, aunque realmente son ellos los que lo ocupan. Tienen macetas con plantas y un barreño lleno de peces. Por las noches cenan y charlan alrededor de una mesa colocada en el patio. Los chinos son seres comunales y ceremoniosos. Uno de ellos es alto y guapo, como un George Clooney de ojos rasgados. Otro salta a la comba y practica artes marciales. Los veo cuando tiendo la ropa o cuando me asomo por la ventana con el móvil pegado a la oreja, en busca de un poco más de cobertura. Los chinos siempre saludan, aunque en ese momento lancen al aire un mawuashi geri. Hay una chica nueva, quizás la mujer de uno de ellos, o de todos. Se mueve lánguidamente, lee el periódico y una especie de cántico maravilloso se cuela por la ventana abierta mientras plancho las camisetas. Viven y trabajan en esta calle porque el nombre de esta calle carece de erres. Si se dan cuenta, si giran ciento ochenta grados el mapa de Madrid, éste se parece mucho al de la India. No me extraña, por tanto, que mis vecinos sean chinos. La India y China comparten frontera. Si yo fuera hindú viviría en Jaipur. Y, por supuesto, seguiría amando a los chinos.
1 comentario:
la semana que viene comemos en el chino?
Publicar un comentario