sábado, 6 de septiembre de 2008
Sí, quiero
He estado en una boda. Nada más llegar, mi tío, el padre de la novia, me ha dicho que cuánto tiempo sin verme, que podría haberme confundido con uno de esos que piden dinero en un semáforo. De buen rollo. Hacía tiempo que no acudía a una boda. Y ahora empezaba a explicarme por qué. Las bodas son un género antropológico la mar de interesante; y he decidido que yo estaba allí en calidad de -familiar- antropólogo. Como todos los géneros, tiene sus constantes (que se besen, que se besen...) y sus mutaciones. Hablaré de éstas últimas. La primera, los niños convertidos en paparazzis frenéticos apuntando con sus móviles a los novios. La segunda... ya no regalan cigarrillos al final, sino una botella de vino (en el local no se puede fumar, lástima). Entre plato y plato, en el párking, con un cigarrillo en la mano, saludo a mis primos, hablamos de los trabajos, de lo guapas que están nuestras primas de quince años y que oye tú -o sea yo- podría ser su profesor. Y su padre, añado con total convencimiento. Anoto en mi cuaderno particular que el incesto -o algo parecido- es algo difícil de extinguir hasta en las clases medias altas y bien educadas. Luego viene el café, la copa, y el vals de Strauss. Los novios se aplican al vals con profesionalidad. Le pregunto al hermano de la novia que cuánto se necesita ensayar para bailar así, con esa espontaneidad forzada. Y él me dice que a lo sumo un par de días. Y yo pienso que yo necesitaría los cinco años de una antigua licenciatura para lograr algo parecido. Y me acuerdo de 2001 -la película- y de Hal-9000. Por fin llega la barra libre. Y entonces alguien trae un cenicero y otro alguien saca un cigarrillo y se pone a fumar, y el padre de la novia -mi tío- reparte Marlboro en pequeñas cajetillas, de esas en las que caben tres o cuatro pitillos y que deberían vender en el estanco; uno podría pedir entonces '¿me da un enlace de Pepita y Manolito?' o de 'Pili y Juan', por poner un ejemplo. O sea, que la ley queda abolida. Justo cuando un espontáneo salta al escenario y se pone a cantar rancheras. Alguien a mi lado pregunta a un comensal que si sabe dónde está el bar 'puta vida'. O eso entiendo yo, porque en realidad el bar se llama 'pura vida', que es una cosa bien distinta. Pero ya es tarde y yo me figuro un bar donde uno va a tomarse la última copa antes de descerrajarse un tiro en el parietal derecho o tirarse de un noveno piso con los bolsillos repletos de chinchetas. Es tarde, apuro mi copa y me marcho. Y ahora escribo esto mientras fumo compulsivamente, uno a uno, los marlboros; hasta que sólo queda la caja vacía. Y pienso que quizás, después de todo, no estén tan mal las bodas.
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