Todo listado es incompleto e insuficiente. Resulta tópica la
captatio benevolentiae en estas fechas navideñas cuando uno repasa lo mejor del
año, pero a veces conviene insistir en lo obvio, aunque solo sea para olvidar
la dosis de estupidez que subyace en todo prontuario. Hablo de libros, de
novelas (leí poca poesía este año y me siento temporalmente fuera de juego)
españolas y traducidas. Dejo a un lado el ensayo (ensayo sí leí, pero mi
criterio al respecto resulta confuso incluso para mí mismo). Uno lee lo que
puede, lo que le permiten el tiempo y las fuerzas y de todo eso, de lo que más
me acuerdo (la calidad tiene algo de memorable, creo que podemos partir de
eso) es de Alimento para moscas de Jon Obeso, de Aire de Dylan de
Vila-Matas, de El perseguido de Daniel Guebel, de El libro uruguayo de los
muertos de Mario Bellatin, de Karnaval de Juan Francisco Ferré, de El diablo a todas horas de Donald Ray Pollock, de Matate amor
de Ariana Harwicz, de La cerca de Jean Rolin, de Trilobites de Breece D’J
Pancake y de El ángel esmeralda de Don Delillo. Hubo otros libros buenos,
algunos bastante buenos, pero no los pondría a la altura de los anteriores.
Como los que cito son extraordinarios nadie debería sentirse ofendido. Mencionaré
entre los segundos Norteamérica profunda de Juan Carlos Márquez, Los pájaros
amarillos de Kevin Powers, Los inmortales de Manuel Vilas, El público de
Bruno Galindo, Medusa de Menéndez Salmón, La interpretación de un libro de Juan José Becerra o Democracia de Pablo Gutiérrez. Probablemente olvido alguno.
Que nadie se preocupe. Devuelvan sus revólveres a la cartuchera. Acháquenlo simplemente a
mi proverbial falta de memoria.
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